miércoles, 5 de marzo de 2025

En dos palabras

Palabra 1:

Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos». Dícele Jesús: «Yo iré a curarle». Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: "Vete", y va; y a otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace». Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos. (Evangelio según San Mateo 8, 5-11) 

...que viene a ser una descripción un tanto ordenancista -y militar-  del milagroso poderío divino; también de que puede que tengamos un concepto un tanto sobrevalorado del estatus romano en Judea: el centurión no tenía una vivienda para enseñar o para invitados (aunque sí para tener criados y/o soldados bajo sus órdenes); habría que recordar que centurión tan creyente no era judío. Y, por otra parte, resulta que gentiles creyentes podrán sentarse a la mesa con judíos (pero sólo en el más allá, parece que la reglamentación kosher será divinamente automática). Cosas evangélicas.

Diecinueve siglos después:

Palabra 2:

...en la tercera semana de Cuaresma, durante la epidemia, tuve que ir a Malitzkoe... Cuando el tifus exantemático... Allí, en las «isbas», se morían las gentes como moscas... ¡Suciedad..., pestilencia..., humo..., terneros por el suelo, junto a los enfermos!... ¡Hasta cerdos había!... Yo no me senté en todo el día, ni probé bocado; pero, eso sí..., cuando llegué a casa, tampoco me dejaron descansar. Me traían al guardagujas de la estación... Le tendí sobre la mesa para operarle, y se me murió bajo el cloroformo... Pues bien.... entonces..., cuando menos falta hacía, el sentimiento despertó dentro de mí. La conciencia me dolía como si le hubiera matado premeditadamente. Me senté, cerré los ojos..., así..., y pensé: aquellos que hayan de sucedernos dentro de cien o doscientos años, y para los que ahora desbrozamos el camino..., ¿tendrán para nosotros una palabra buena?... (Así discurre el médico Astrov en la primera escena del Acto primero de la obra de teatro "Tío Vania" de Anton Pavlovich Chejov).

Respecto a la última pregunta creo que sí podríamos asegurar a Astrov, si pudiera oírnos, que no, no la tendrán, sobre todo porque nosotros no desbrozamos si no que, siendo precisos, destrozamos.