A menudo se aduce por parte de ciertos analistas políticos -o que pasan por tales- que el sistema electoral vigente en España propicia la eficacia y la estabilidad política al facilitar mayorías de gobierno; alguien que sostenía ésto con asiduidad y alevosía fué el señor Wert, quien fué el más que polémico ministro de Educación, Cultura y Deporte entre 2011 y 2015 y desde hace poco tiempo parece estar disfrutando en relativo silencio -que muchos agadecemos, aunque nos toque sufragarlo con fondos públicos- de su cargo y sus prebendas en París, como pago a los servicios prestados por él (al PP, sobre todo).
Según la tesis de fondo de esa teoría, el sistema electoral actual promueve eficazmente mayorías de gobierno a cambio de cierta inequidad, eliminando la posibilidad fragmentación política y, en definitiva, asegurando la gobernabilidad del país; sin embargo, los datos electorales -y las posibles reglas alternativas para traducir votos a escaños- demuestran que ambos supuestos son falsos: ni el sistema actual es el más eficaz (si no es que pretendemos asimilar eficacia a la perpeturación de un sistema bipartidista calco del de la Restauración, con dos partidos que son las dos caras de una misma moneda), ni tampoco la inequidad que produce es algo anecdótico, sino una distorsión profunda de la justa representatividad democrática.
Por ejemplo, si en un simulador de traducción de votos electorales a escaños, aplicamos el mismo sistema electoral actual (basado en la regla d'Hondt), pero suprimimos las circunscripciones provinciales y consideramos España como una circunscripción electoral única (el Congreso de los Diputados es precisamente eso, el órgano constitucional que representa al pueblo español, a todo el pueblo español, con independencia de la consideración del territorio o comunidad autónoma a que pertenezca cada uno de los electores), resulta que aplicado a las elecciones generales de 2016 hubiéramos pasado de 9 (los actuales) a 4 partidos políticos con representación parlamentaria: efectivamente, desaparecerían del mapa parlamentario todos los partidos nacionalistas; es decir, con éste procedimiento les ocurriría lo mismo que le ocurrió al PACMA (Partido Animalista) con el sistema actual, que con 212.367 votos a nivel estatal no obtuvo ningún escaño, mientras EH-Bildu, con 184.092 votos en esas mismas elecciones dispone actualmente de 2 escaños en el Congreso de los Diputados y Coalición Canaria, con 78.080 votos tiene 1; si a EH-Bildu cada escaño le ha costado más de 90.000 votos, para el PACMA, en la misma división se obtiene como resultado el infinito, que no es, lógicamente, una cantidad computable ni asequible en términos políticos y/o humanos (por cierto, en la simulación referida el PACMA tampoco obtendría ningún escaño).
Conociendo éstos datos podríamos preguntarnos, ¿que hubiera ocurrido tras esa nueva traducción de las elecciones de 2016, en la que sólo cuatro fuerzas políticas (PP, PSOE, Unidos Podemos y Ciudadanos) tuvieran representación parlamentaria (con 129, 88, 82 y 51 escaños, respectivamente) y se vieran igualmente en la necesidad de formar gobierno? Pues es evidente que, para empezar, todos y cada uno de ellos debería haber jugado sus cartas con más claridad desde el principio, es decir, el resultado hubiera sido más eficaz sólo por considerar ya de inicio menores posibilidades combinatorias -con menos de la mitad de interlocutores- y no hubiera sido posible -ni necesario- recurrir a cambalaches semiocultos -o totalmente ocultos- con los votos de los partidos nacionalistas; cambalaches y trapicheos que finalmente acaban desvirtuando radicalmente la equidad electoral, al propiciar mayorías políticas en el conjunto del Estado que son socialmente ficticias; es imposible conseguir otro resultado comprando escaños a cambio de beneficios para las particuliaridades nacionalistas, no para todos los españoles. Además, la base de partida para afrontar la formación de gobierno hubiera resultado, evidentemente, más justa y equitativa. Y aunque es bastante probable que el PP estuviera gobernado en esa hipótesis también hoy, para Ciudadanos -y para el PSOE- hubiera concluído radicalmente lo de tomar sopas y sorber; un beneficio añadido para la ciudadanía: más clarificación.
Y si realmente la pelota estuviera en manos de Pedro Sánchez, mucho me temo que todo lo que quepa esperar de él sea que la deshinche, por muchas promesas que haya hecho el PSOE en sucesivos programas electorales a lo largo del tiempo; vamos, precisamente por eso.
Según la tesis de fondo de esa teoría, el sistema electoral actual promueve eficazmente mayorías de gobierno a cambio de cierta inequidad, eliminando la posibilidad fragmentación política y, en definitiva, asegurando la gobernabilidad del país; sin embargo, los datos electorales -y las posibles reglas alternativas para traducir votos a escaños- demuestran que ambos supuestos son falsos: ni el sistema actual es el más eficaz (si no es que pretendemos asimilar eficacia a la perpeturación de un sistema bipartidista calco del de la Restauración, con dos partidos que son las dos caras de una misma moneda), ni tampoco la inequidad que produce es algo anecdótico, sino una distorsión profunda de la justa representatividad democrática.
Por ejemplo, si en un simulador de traducción de votos electorales a escaños, aplicamos el mismo sistema electoral actual (basado en la regla d'Hondt), pero suprimimos las circunscripciones provinciales y consideramos España como una circunscripción electoral única (el Congreso de los Diputados es precisamente eso, el órgano constitucional que representa al pueblo español, a todo el pueblo español, con independencia de la consideración del territorio o comunidad autónoma a que pertenezca cada uno de los electores), resulta que aplicado a las elecciones generales de 2016 hubiéramos pasado de 9 (los actuales) a 4 partidos políticos con representación parlamentaria: efectivamente, desaparecerían del mapa parlamentario todos los partidos nacionalistas; es decir, con éste procedimiento les ocurriría lo mismo que le ocurrió al PACMA (Partido Animalista) con el sistema actual, que con 212.367 votos a nivel estatal no obtuvo ningún escaño, mientras EH-Bildu, con 184.092 votos en esas mismas elecciones dispone actualmente de 2 escaños en el Congreso de los Diputados y Coalición Canaria, con 78.080 votos tiene 1; si a EH-Bildu cada escaño le ha costado más de 90.000 votos, para el PACMA, en la misma división se obtiene como resultado el infinito, que no es, lógicamente, una cantidad computable ni asequible en términos políticos y/o humanos (por cierto, en la simulación referida el PACMA tampoco obtendría ningún escaño).
Conociendo éstos datos podríamos preguntarnos, ¿que hubiera ocurrido tras esa nueva traducción de las elecciones de 2016, en la que sólo cuatro fuerzas políticas (PP, PSOE, Unidos Podemos y Ciudadanos) tuvieran representación parlamentaria (con 129, 88, 82 y 51 escaños, respectivamente) y se vieran igualmente en la necesidad de formar gobierno? Pues es evidente que, para empezar, todos y cada uno de ellos debería haber jugado sus cartas con más claridad desde el principio, es decir, el resultado hubiera sido más eficaz sólo por considerar ya de inicio menores posibilidades combinatorias -con menos de la mitad de interlocutores- y no hubiera sido posible -ni necesario- recurrir a cambalaches semiocultos -o totalmente ocultos- con los votos de los partidos nacionalistas; cambalaches y trapicheos que finalmente acaban desvirtuando radicalmente la equidad electoral, al propiciar mayorías políticas en el conjunto del Estado que son socialmente ficticias; es imposible conseguir otro resultado comprando escaños a cambio de beneficios para las particuliaridades nacionalistas, no para todos los españoles. Además, la base de partida para afrontar la formación de gobierno hubiera resultado, evidentemente, más justa y equitativa. Y aunque es bastante probable que el PP estuviera gobernado en esa hipótesis también hoy, para Ciudadanos -y para el PSOE- hubiera concluído radicalmente lo de tomar sopas y sorber; un beneficio añadido para la ciudadanía: más clarificación.
Y si realmente la pelota estuviera en manos de Pedro Sánchez, mucho me temo que todo lo que quepa esperar de él sea que la deshinche, por muchas promesas que haya hecho el PSOE en sucesivos programas electorales a lo largo del tiempo; vamos, precisamente por eso.
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