domingo, 28 de noviembre de 2021

Sabio, valiente, sereno y feliz

De la plegaria de la serenidad, usualmente atribuída -puede que sólo fuera un recopilador de aforismos y sentencias anteriores- al teólogo y politólogo -notable simbiosis- estadounidense de origen alemán Reinhold Niebuhr: 

Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia

noto que, conforme pasan los años, más me gustaría comenzar la petición por el final; puestos a pedir le veo más sentido a tener la suficiente sabiduría para poder diferenciar, en primer lugar, entre lo que pudiera intentar cambiar y lo que no, sobre todo porque me he ido convenciendo de que lo segundo es mucho más abundante que lo primero -el hombre lleva prácticamente toda su existencia como especie intentando cambiar esencialmente algo en sus relaciones sociales, sin que los resultados hayan sido especialmente destacables- y me parece mucho más eficiente, teniendo eso en cuenta,  descartar todo aquello a lo que no merece la pena dedicar ningún esfuerzo por resultar inútil -la mayoría de las cosas- y maximizar la rentabilidad del valor del que pudiera haber hecho acopio para dedicarlo a los cambios posibles (una confortadora -por exigua- minoría de asuntos); finalmente la serenidad de la aceptación vendría por sí sola, sin necesidad de ser concedida como una gracia.

Y, más importante: también he llegado a la conclusión -por diversos motivos concomitantes y razonados- de que alguien con tal poderío y supuestamente ocupado personalmente de mi bienestar como para que pudiera concederme un paquete tan completo y excelente probablemente no exista, con lo cual he decidido ahorrar el tiempo dedicado al rezo ocupándolo en ir haciendo lo que buenamente pueda por mis propios medios en el orden mencionado.

Por otra parte, decía Freud que existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo; habida cuenta de que los idiotas son clara mayoría (Cipolla lo estableció específicamente en la primera de las Leyes Fundamentales de la estupidez humana: Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo,  [lo que]  impide la atribución de un valor numérico a la fracción de personas estúpidas respecto del total de la población; cualquier estimación numérica resultaría ser una subestimación) y de que la primera es la única de las dos maneras de ser feliz que implica una decisión opcional por mi parte -la segunda sería automática-, entiendo que me ha llegado -puede que demasiado tarde- el momento de elegir entre intentar ser sabio, valiente y sereno o ser feliz. Y que nadie crea que lo segundo, por sí sólo, es sencillo; dada esa mencionada mayoría de idiotas, es bastante probable que se dé el caso de idiotas que, creyéndose minoría,  esté intentando hacerse más el idiota; ¿habría algo más patético? Y he dicho elegir porque ser simultáneamente sabio -aún sin valentía ni serenidad- y feliz me parece difícil hasta la imposibilidad. Aun releyendo con constancia budista, como si fueran mantras, las Cartas a Lucilio de Séneca.

 

viernes, 19 de noviembre de 2021

Los tontos y los malos (en el PP)

Habida cuenta de la reiteradamente constatada mayoría que representan los tontos respecto al total de la población, es normal que ese porcentaje sea de aplicación a los dirigentes del PP y, supuestamente, al de los del resto de partidos políticos. Pero es notable la frecuencia con que, dados los numerosos casos de corrupción que afectan al Partido Popular, se descubre -tardíamente- que muchos de quienes tenían en ese partido importantes responsabilidades políticas, no estaban a la altura de ellas, por decirlo suavemente. Vamos, que -si lo queremos decir con un ejemplo que se entienda-  los mandos de la central nuclear de Springfield han estado frecuentemente en manos de auténticos incapaces.

El último de toda una serie de ignorantes o despistados -tontos, pero pretendidamente no malos- es Ignacio Cosidó, director general de la Policía Nacional en la etapa de Jorge Fernández Díaz en el Ministerio del Interior y Mariano Rajoy como presidente del gobierno, quien ha reiterado en el Congreso lo que ya dijo ante los tribunales respecto a la constitución de un dispositivo policial al margen de la investigación judicial para el espionaje al extesorero del PP,  Luis Bárcenas,  en la denominada operación Kitchen, es decir, que el no sabía nada del tema: Puede parecer curioso, pero es la verdad, ha manifestado Cosidó, quien ha reiterado explícitamente que ni trató con el comisario jubilado José Manuel Villarejo ni conoció nada sobre el uso de fondos reservados, ni la disposición de recursos policiales de la Unidad Central de Apoyo Operativo (UCAO) que dirigía Enrique García Castaño para hacer seguimientos al entorno de Bárcenas; vamos que él no se enteraba de nada de lo que constituía la acción policial de un importante dispositivo policial a sus órdenes directas. Rizando el rizo ha manifestado igualmente que ni se me informó ni se me tenía que informar, los funcionarios tienen la obligación legal de guardar secreto; pues ya estaría con ésto -según él- visto para sentencia: él no se enteraba de nada porque no se debía enterar para preservar el máximo secreto de las actuaciones policiales. Y si era secreto para él mismo, no digamos lo que debería ser para el resto de la ciudadanía, por lo que tampoco sabremos a ciencia cierta si han existido vertidos radiactivos -y de qué gravedad- de la central nuclear de Springfield, mas allá de las inevitables sospechas y deduciones lógicas.

Lo dicho, nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez, según el principio de Hanlon. La prueba, una vez más, de que son mucho más peligrosos los tontos que los malos. Que lo son -tontos- aunque ellos se crean que sólo se lo están haciendo para salir del paso, ocultando sus torpes miserias. Curioso no, increíble -y difícilmente verdad, o sea, falso- es lo que parece.

martes, 16 de noviembre de 2021

Recordando a Ramper, de nuevo

...atribuídos a Ramper (años veinte del pasado siglo, a finales de la Restauración):

-¿Qué tal está Gutiérrez? (era uno de los motes del rey Alfonso XIII

-Muy mal, chico. Le están dando purgantes, pero no mejora.

-No serán buenos. Yo le daría uno que lo arreglaría todo.

-¿Y cuál sería?

- Sal de España.

 ...una variante:

 -¿Saben ustedes cuál es el jabón que prefiere el rey Alfonso?

-Sales de España

 ... un siglo después.

 


lunes, 15 de noviembre de 2021

Polvo eres

Lo imposible se vuelve, muy poco a poco, inevitable, dejó escrito Juan Larrea: la realidad vista por un poeta, a la par que reseñada elegantemente, suele ser la más profunda y verdadera; a los poetas les sale sólo ejercer de profetas (será por la similitud fonética de ambas palabras, ya que viven de ellas). 

Y viene su poética reflexión -también- a cuento de la muerte, el punto final en la vida de todos y cada uno de nosotros, esa circunstancia que aún siendo siempre conocida es considerada generalmente imposible -incluso puede que inexistente- en la juventud para, según vamos acumulando años -muy poco a poco o no, según dónde, cuando y cómo lo midamos- ser considerada, cada vez más próxima y cierta, inevitable, en resumen.

Quia pulvis es, et in pulverem reverteris; resulta ser que en la visión bíblica de la existencia humana es la maldición de Dios a Adán tras su expulsión del paraíso la que, en un pack completo, le condenó a él y nos condenó a todos sus descendientes en trabajadores sudorosos conscientes de su desnudez e inevitablemente  mortales, recordándonos además que sólo somos polvo (barro si concurre el agua); lo cierto es que tienen mérito los creyentes en un Dios tan dominante, colérico y vengativo: total por una mezcla de curiosidad y hambre al comerse una manzana caprichosamente -o no- prohibida. Lo del sudor logran evitarlo unos pocos privilegiados para los cuales trabajamos el resto más de lo que justamente nos correspondería, pero lo de finalizar hechos polvo es total e inexcusable para todos, también para los privilegiados cuya única ventaja teórica es que, sin sudor, no acabarían en barro; lástima que esos privilegiados, debido a ciertas condiciones anejas a su estatus, naden con anterioridad habitualmente en el fango y acaben formando  parte de él.

Por mi parte el único consuelo -y pequeña venganza apriorística- es que al igual que yo se convertirán en polvo las miríadas de tontos que constituyen gran parte de la humanidad (a las que, por qué no reconocerlo humildemente, quizá yo pertenezca).

 

martes, 2 de noviembre de 2021

Pecito(2)

La Constitución, la Carta Magna, resulta que para la mayoría es como el coñac de marca similar que vemos como otros -los de siempre- beben, pero que parece estar vetado para nuestros labios: los artículos importantes y que resulta vital defender a ultranza suelen ser los que no nos afectan.
 
(Recordando a Rafael Sánchez Ferlosio y a sus siempre vigentes pecios)