lunes, 16 de septiembre de 2019

Los tontos y los malos; apuntes para un estudio.

No llega en mí a monomanía -ni a manía siquiera- pero comprendo que lo pudiera parecer: cada vez encuentro más interesante el estudio de los tontos y los malos -y las relaciones entre ellos- en cuanto a su consideración como grupos sociales y su incidencia y repercusión en el progreso o evolución de la propia humanidad. Comprendo que así enunciado el tema resulte aparentemente poco serio -por mi forma instintiva de abordarlo- aunque, si recurrimos a otros conceptos relacionados, tal como el de la banalidad del mal, acuñado por Hannah Arendt, y su uso por analistas sociopolíticos, el asunto gana bastante en respetabilidad -al igual que si  denominamos ignorancistas a los tontos- pero yo, sinceramente, y puesto que mi propósito es únicamente pensar sobre ello y no escribir -al menos de momento-  una tesis, prefiero un acercamiento más elemental. En este sentido, últimamente me he planteado la cuestión -ignoro si tendrá recorrido- de si tontos y malos son o no conjuntos disjuntos; es decir, si los malos, por aquello de que para serlo se les supone notable inteligencia -aparte de su natural mala voluntad- pueden llegar a ser o no simultáneamente tontos y, a la inversa, si los tontos pueden o no superar su supuesto nivel de manipulables bobalicones para añadir a su comportamiento cierta maldad de cosecha propia. He llegado a la conclusión de que sí, de que estadísticamente ambos casos seguramente se dan, son posibles y, por tanto, que los tontimalos -o malitontos- han de existir, más allá del tontopillo, que es una figura distinta, la del tonto que quisiera ser malo pero con limitadas facultades para esto último, aunque suele tener mucha voluntad -afición, se decía antes- para ello. Así pues, creo que es razonable suponer que, admitiendo la existencia de esos tontimalos y malitontos, es previsible, no obstante, que resulten una minoría, porque reunir en una sola personalidad ambas características ha de llevar a una cierta esquizofrenia -suponiendo también que los esquizofrénicos sean minoría sobre el total de la población- mediante la cual un malo tiene que fingir ser algo tonto para mejor elaborar sus maldades o un tonto debería fingir maldad para sus tonterías fungiendo de malo: algo difícil de sobrellevar pero que, en todo caso, permitiría establecer definitivamente dos categorías distintas: la de los tontimalos y la de los malitontos.
Y, pensando en la elaboración de las preguntas para una hipotética encuesta que permitiera establecer cuantitativamente las categorías de tonto, malo, tontimalo y malitonto sobre el total de la población, me quedé dormido. Aunque me desperté al rato, sobresaltado por una dificultad insalvable para la realización de tal encuesta: todos los pertenecientes a una de las cuatro categorías, por una causa u otra, mentirían en las respuestas en un grado imposible de prever y filtrar (sobre todo, al no conocer, como es lógico, a cual de ellas pertenece el encuestado). Sólo queda seguir suponiendo que los tontos son muchísimos -seguramente más que los malos- y, si hacemos caso a Baltasar Gracián, constituyen la mayoría de la población; no hay más que constatar la actual situación política del país: malos seguro que hay- seguramente más de los que suponemos, les gusta permanecer en la sombra- pero lo que más vemos (no sólo políticos, aunque sean éstos a los que los medios convierten en ubicuos) son tontos; a todas horas, en cualquier lugar, con cualquier motivo, manifestando urbi et orbi, sin complejos, su tontería e incapacidad; es lo que tiene ser  ahora ignorancista.
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P.S.: ...después de escribir estas reflexiones he comprobado que ya hubo quien se planteó este estudio y lo llevó a cabo con humor, pero también con rigor científico: Carlo M. Cipolla, con sus Leyes Fundamentales de la Estupidez Humana, cuya lectura recomiendo sin duda; en él se establece una categorización tipológica fundamental de los seres humanos como ser social, a saber: los malvados, los incautos, los inteligentes y los estúpidos; yo había obviado a inteligentes e incautos por poco relevantes, estadísticamente hablando.
La primera de esas Leyes Fundamentales establece la atribución de un valor numérico a la fracción de personas estúpidas respecto del total de la población: Cualquier estimación numérica resultaría ser una subestimación. Por ello en las páginas que siguen se designará la cuota de personas estúpidas en el seno de una población con el símbolo ε.
Sólo añadir que el corolario de la Quinta Ley Fundamental afirma que El estúpido es más peligroso que el malvado, como yo sospechaba. 

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