martes, 25 de noviembre de 2008

Integrismos


El cardenal Ratzinguer, actual Papa, en su etapa como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe -la moderna Inquisición- dejó escrito que "un Estado agnóstico en relación con Dios, que establece el derecho sólo a partir de la mayoría, tiende a reducirse desde su interior a una asociación delictiva". Parece difícil que esta frase pueda ser sacada de contexto ya que es bastante explícita y autoexplicativa: cualquier Estado que se declare aconfesional y democrático es, para la jerarquía católica, una potencial -o real- asociación de delincuentes. Más recientemente –y más cerca- el cardenal Rouco Varela, presidente de la Conferencia Episcopal Española ha dicho que "el Estado moderno, en su versión laicista radical, desembocó en el siglo XX en las formas totalitarias del comunismo soviético y del nacional-socialismo". Tampoco desaprovechó este mismo cardenal otra ocasión para dejar caer que la justicia humana "necesita de la justicia y de la misericordia divinas".

Son sólo apuntes que muestran la desmesura y falta de respeto de la jerarquía católica para con el ordenamiento civil de la sociedad y que prueba, en definitiva, que el laicismo es para la Iglesia Católica –al igual que para otros fundamentalismos religiosos- un peligro mayor. Es comprensible. Si Estado ejerciera plenamente su soberanía en este aspecto, reduciéndose la religión al ámbito que le es propio y reconocido -la esfera privada- la Iglesia católica, al igual que otras religiones "oficiales", perderían el poder que tienen en este mundo basado en "vender" su supuesta interlocución con otros, también supuestos, mundos. Lo que ya no es tan comprensible es que después de más de dos siglos de la Revolución Francesa, sesenta años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y más de treinta de régimen democrático, en éste país se sigan abordando habitualmente las relaciones entre la Iglesia y Estado por parte de este último, en forma de sometimiento implícito, traducido directamente en normas, obligaciones y débitos para todos los ciudadanos, ya sean creyentes, agnósticos o ateos.

Seguramente por el carácter pendular o cíclico de la Historia -o simplemente retrógrado en el caso de la actual jerarquía de la Iglesia Católica- a veces parece que regresamos al siglo XIX en vez de dirigirnos al XXII. Desde luego, Manuel Azaña hace más de setenta años estaba en este aspecto mucho más cerca del Estado hacia el que se supone que tendemos, aunque sea asintóticamente.

lunes, 10 de noviembre de 2008

¿Catecismo?


¿Se puede ser buena persona sin tener fe?. Sí.
¿Se puede ser persona en plenitud sin tener a Dios?. Pues eso es un poco más difícil.
¿Por qué?. Porque solo en Dios se descubre la plenitud.
¿Catecismo del padre Ripalda?. No, entrevista a Raúl Berzosa, obispo auxiliar de Oviedo, en el Diario de Burgos (Edición Digital)
Menos mal que podemos llegar a ser buenas personas, aunque no plenas. No sé que opinará el obispo titular.

martes, 4 de noviembre de 2008

La tumba de Azaña

Regularmente, personas que supongo de buena fe, reivindican para Manuel Azaña una tumba en España de quien fué, además de fino escritor, jefe del Estado español como presidente de la II República. La última, firmada por Tomás García Azcárate, en Cartas al Director en El País, del pasado día 2 de Noviembre.
Convendría recordar lo que el propio Manuel Azaña pensaba respecto a esta costumbre tan española de querer rehacer la historia -o de enderezar nuestros errores como país- a base de reinhumaciones de los restos mortales de sus protagonistas: "...si el héroe o genio no tomó la precacución de marcharse de la tierra sin dejar huella, está, además, expuestísimo a que se le zarandee el esqueleto. En España, lo primero que se hace con los hombres ilustres es desenterrarlos. Del cadáver con pretensiones de celebridad que no ha sido "reivindicado" alguna vez, bien se puede creer que usurpa su fama. La manía de la exhumación sopla por ráfagas, como la del suicidio o el desafío. Hace años, el Parnaso español pudo temer que era llegado el día del juicio final: no dejábamos a nadie yacer tranquilo, hubo un ir y venir de ataúdes y un trasiego de huesos que apestaba."
Creo sinceramente que lo que nos cumple a los españoles con Manuel Azaña es, en general, respetar sus ideas, tanto para respetar su voluntad, dejando sus huesos en paz allí donde nuestra incivilidad quiso que quedaran -lección perpetua de nuestra historia- como para aplicarlas y transformar a España, de una vez, en un país moderno. Su clara visión de un estado laico frente a la secular injerencia de la Iglesia católica en los asuntos públicos de este país sigue siendo de aplicación a casi setenta años de su muerte. Por ejemplo.

http://www.elpais.com/articulo/opinion/Azana/recuerdo/elpepiopi/20081105elpepiopi_7/Tes?print=1