domingo, 18 de agosto de 2019

Ignorancismo

Ya en tiempos de Baltasar Gracián -y seguramente podríamos rastrear testimonios semejantes desde los albores de la Humanidad- los tontos eran legión, lo que le dió pié a dejar escrito que son tontos todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen (abrumadora mayoría); por mi parte hace tiempo que estoy convencido de que, sopesando la potencialidad dañina de tontos y malos, los primeros son mucho más peligrosos, sobre todo debido a su superioridad numérica; y, a efectos históricos, el número importa, tal y como aseguraba Rémy -profesor de Historia- en Las invasiones bárbaras.
Ahora que, en medio de una ignorancia general de nuestros antecedentes, de vez en cuando (re)descubrimos una realidad que siempre ha estado ahí, alguien ha decidido etiquetar al tonto sempiterno con un nuevo término: ignorancista; no encuentro en el diccionario definido el término ignorancismo (lo más parecido es ignorantismo, que se refiere más bien a una utilización incorrecta del lenguaje, aunque también hay quien ya ha señalado la llegada del ignorantismo a la política) pero, por sucesivas aproximaciones, creo que un ignorancista es el tonto tradicional que ahora, siendo consciente de su poderío social, se ha venido arriba y hace gala de su ignorancia sabiendo que multitud de otros ignorancistas aplaudirán a rabiar cualquier tontería que se le ocurra hacer pública; por ejemplo y para hacernos una idea, un terraplanista sería el prototipo canónico del  buen ignorancista.
Los ignorancistas -esa multitud de tontos ensoberbecidos al ser conscientes de su número, ya digo- se han empoderado -otro término de mucho uso actualmente- y ya eligen, incluso, a sus propios representantes políticos como es el paradigmático caso de Donald Trump; que el cargo de presidente de la primera potencia mundial sea ostentado por tal personaje es todo un síntoma (y una venganza póstuma de Roger Ailes, probando sus teorías sobre la efectividad de la manipulación de los medios en el control de las masas). Más cercano, y como referencia propia, tenemos el caso de Isabel Díaz Ayuso, por ejemplo.
Y es que, insisto, la élite de los malos -poderosos con la posesión y el control de los recursos a nivel mundial- han (re)descubierto que los tontos son utilísimos para sus fines. Y no tienen más que abonar el campo -restringiendo el acceso a la educación de las clases desfavorecidas y entontenciéndolas y distrayéndolas desde los medios- para esterilizar la capacidad crítica de la ciudadanía y lograr que todo siga igual por los siglos de los siglos. O hasta que este modelo de crecimiento ilimitado, pero basado en los recursos limitados de la Tierra, reviente. Porque son listos, pero tampoco muy inteligentes. O puede que lo sean pero les dé lo mismo: después de mí el Diluvio.

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