La diferencia entre las dos soluciones políticas a la conformación de un gobierno progresista (de izquierda, sí, pero tambien progresista) en éste país, es decir, entre un acuerdo programático o un gobierno de coalición, es sabida: la primera pasa por acordar un programa -el PSOE ya vá por los 300 puntos, de reminiscencias épicas y espartanas- entre el PSOE y Unidas Podemos, pero dejando al PSOE la responsablidad única de llevarlo a cabo con un gobierno monocolor y la segunda sería, básicamente, la aplicación de ese mismo programa pero con la incorporación de representantes de Unidas Podemos en un gobierno de coalición, de acuerdo al peso de ambas formaciones políticas (ya fuera en votos obtenidos en las últimas elecciones generales, o en escaños en el Congreso de Diputados). Aunque el fondo de ambas soluciones es el mismo -un programa común acordado- las dos propuestas difieren en la forma, es decir el modo práctico de llevar ese progama a cabo; el PSOE apuesta claramente por la primera (el denominado plan portugués) y Unidas Podemos por la segunda. Y ¿porqué la forma es aquí el principal punto de desacuerdo entre ambos partidos? pues, en primer lugar, porque Unidas Podemos considera que el gobierno del PSOE durante éste último año -gobierno que fué posible gracias a la labor parlamentaria de Unidas Podemos- presenta una alta tasa de incumplimientos (lo que no ha ocurrido en Portugal en estos últimos años, detalle omitido habitualmente por los defensores del plan portugués) de sus promesas respecto al desarrollo de políticas progresistas que revirtieran las de los anteriores gobiernos del PP; en definitiva, ese problema de forma denota el real problema de fondo: la demostrada falta fiabilidad en el cumplimiento de cualquier programa -sea de 300 o de n puntos- por parte del PSOE y su práctica asunción del mantenimiento de las políticas neoliberales que implantó el PP en diversos apartados -economía, libertades, garantía de los servicios públicos, etc.- es decir, como ya ha señalado claramente Vincenç Navarro: la renuncia del PSOE a su compromiso reformador del Estado, tanto en el tema social (con el abandono de las políticas que se enfrentaban con los poderes fácticos) como en el nacional; por resumirlo: el abandono de todos y cada uno de los principios básicos de la socialdemocracia, siquiera fuera desde un punto de vista teórico. De ahí que hace ya un tiempo el PSOE se vea necesitado de renovar esa cobertura formal de adscripción a la izquierda (Somos la izquierda): no tanto por reivindicarse como izquierda real sino, simplemente, como mera propaganda con objeto de robar los votos de quienes crean en sus promesas progresistas; unas promesas con una bajísima probabilidad de cumplimiento (si fuera un crédito sería clasificado como CC: muy alta la probabilidad de impago). Es por ello que en unas previsibles próximas elecciones generales todo dependerá, en gran medida, del grado de ignorancismo de los votantes. Soy poco optimista al respecto; ya dijo Karl Popper que la verdadera ignorancia no es la ausencia de conocimientos sino el hecho de negarse a adquirirlos; de esto último tenemos en este país numerosos virtuosos, que no cambiarían por nada continuar flotando plácidamente en su piscina de ignorancia.
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