Es cierto que los medios de comunicación ya no son lo que eran en las sucesivas épocas doradas de la prensa, de la radio y de la televisión; ya no son los únicos que median -valga la redundancia- entre la noticia, la realidad, la información y el ciudadano; las redes sociales se han convertido -pese a la resistencia de esos medios- en una importante fuente no sólo de información, sino de contraste y debate que ayudan poderosamente a crear opinión. No obstante, hay que reconocer que pese a todo, los medios continúan siendo potentes -y mayoritarios- creadores de opinión, opinión mediatizada, lógicamente, por los intereses de los propietarios de esos medios, en último término por los intereses del gran capital, poseedor universal acreditado de todo -y, posiblemente de todos- en la estructura capitalista de la sociedad en la que vivimos. Y es por eso que la opinión expresada en redes sociales por aquellos que, simultáneamente, trabajan y son remunerados -de diversas maneras- por los medios de comunicación debería ser puesta en cuestión debido una elemental prudencia respecto su objetividad, independiencia y honestidad; reconocida por todos la influencia creciente de las redes sociales como creadoras de opinión independiente, los medios también utilizan sus medios -valga, de nuevo la redundancia- para acercarse a las redes sociales con el propósito de utilizarla como una herramienta más en la propagación de opinión (reitero: respondiendo a los intereses de los propietarios de esos medios).
Para lograr esa utilización son numerosas las tácticas y procedimientos, pero voy a detenerme en la utilizada a menudo por figuras de algún prestigio opinante -no sólo periodistas, también tertulianos de variado perfil- y que suele producirse en el mencionado acercamiento de éstos a las redes sociales bajo la apariencia de independientes pero con el propósito último -generalmente no declarado- de manipular o sesgar o influir de alguna manera en la opinión: la equidistancia, ese procedimiento por el cual, como en la famoso chascarrillo estadístico -que asegura que si usted se come un pollo y yo no, a efectos estadísticos computa como que nos hemos comido medio pollo cada uno- se defiende que en el centro geométrico entre dos posturas encontradas, está la aristotélica verdad.
Para empezar, y ya que citamos a Aristóteles, a dos actitudes extremas y opuestas Aristóteles las denomina -a ambas- vicios y cree que un hombre es virtuoso si tiene el hábito de actuar rectamente y de acuerdo a un justo término medio entre el exceso y el defecto para lo cual se requiere de una cierta sabiduría práctica o prudencia, sin la cual acabaremos, indefectiblemente, en el vicio. Pues bien, los equidistantes utilizan una pseudo-prudencia para sugerir o inducir la creencia de que entre dos posturas encontradas (generalmente ésta técnica se utiliza cuando una de ellas es más acertada, honesta y real que la otra) en el centro ha de hallarse necesariamente la virtud y la verdad; lo cierto es que eso supone desplazar la ubicación de la verdad dondequiera que estuviese, desvirtuándola (no sólo en el sentido aristotélico) y manipulándola de acuerdo a unos intereses predeterminados que, evidentemente, no son nunca ni reconocidos ni mencionados.
Como ejemplo podría servir la frustrada negociación entre el PSOE y Unidas Podemos con el objetivo de lograr un gobierno de coalición entre ambas formaciones políticas; desconfío por principio de todos aquellos que aparentando neutralidad y objetividad achacan a ambas por igual el fracaso de las negociaciones; y ello sin necesidad de mencionar cuál de ellas yo crea que tiene la mayor responsabilidad en su fracaso (aunque creo también que es evidente). Lo que ocurre es que esa equidistancia tan exacta y aparentemente equitativa es estadísticamente muy improbable (y seguramente tan falsa como el medio pollo que dicen que me comí).
En resumen, los equidistantes suelen ser unos manipuladores de baja intensidad: tienen encargado ese papel en el genérico guiñol de la manipulación global de los medios. Y aunque estoy de acuerdo en que existe una categoría aún peor, la de los indiferentes, creo que ésta no existiría sin aquellos que contribuyen a formar su opinión, día a día, suavemente y sin estridencias: los equidistantes.
En resumen, los equidistantes suelen ser unos manipuladores de baja intensidad: tienen encargado ese papel en el genérico guiñol de la manipulación global de los medios. Y aunque estoy de acuerdo en que existe una categoría aún peor, la de los indiferentes, creo que ésta no existiría sin aquellos que contribuyen a formar su opinión, día a día, suavemente y sin estridencias: los equidistantes.
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