domingo, 7 de junio de 2020

El estudio científico de la tontuna humana

(En homenaje a todas las manifestaciones antiracistas)
En estos tiempos de aislamiento profiláctico que deberían propiciar la introspección reflexiva, se ha vuelto recurrente  en mí
(1, 2, 3, 4) la atención sobre la estulticia humana, y de lo que su existencia implica para el deseable progreso de la humanidad; no parece que sea un tema intrascendente a la vista de que, a poco que se investigue, son abundantes las muestras de preocupación de estudiosos por el peso de los tontos (no soy científico y por tanto no me siento obligado a emplear un lenguaje neutro y/o políticamente correcto) en la sociedad. Porque esa parece ser una de las principales características del problema (que lo es): su abundancia;  para decirlo claro y ser conscientes del peligro, los tontos (se sabe, al menos, desde que lo dejó escrito Baltasar Gracián) son mayoría. Más recientemente, Carlo María Cipolla, en sus Leyes Fundamentales de la Estupidez Humana (en la primera, concretamente), establece que el porcentaje  de estúpidos respecto al total de la población supera siempre cualquier estimación.
El Principio de Hanlon, denominado así por Robert J. Hanlon que lo enunció en su libro epígono tanto del Principio de Peter como, más explícitamente, de las Leyes de Murphy:  Murphy's Law Book Two, More Reasons Why Things Go Wrong (Leyes de Murphy segundo libro, más razones por las cuales las cosas van mal) dice: Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez;  que entiendo que quiere decir que se debe intentar explicar todo lo que es disfuncional, incorrecto, injusto o ineficiente antes por la estupidez que por la maldad, de forma similar al Principio de Ockham que establece que En igualdad de condiciones, la explicación más sencilla es la más probable.
Relacionado directamente con el Principio de Hanlon está el Principio de Dunning-Kruger (las referencias a leyes o postulados que cuentan con denominación atribuída a dos responsables son ya un indicativo de la importancia del tema) que es definido como un sesgo cognitivo según el cual los individuos con escasa habilidad o conocimientos sufren de un sentimiento de superioridad ilusorio, considerándose más inteligentes que otras personas más preparadas,  sobrevalorando los propios conocimientos y habilidades; este sesgo se explica por una incapacidad metacognitiva del sujeto para reconocer su propia ineptitud. David Dunning y Justin Kruger de la Universidad de Cornell concluyeron explícitamente (sobre la incapacidad de valoración de esos individuos de capacidades y conocimientos limitados, los tontos sempiternos) que la sobrevaloración del incompetente nace de la mala interpretación de la capacidad de uno mismo. La infravaloración del competente nace de la mala interpretación de la capacidades de los demás: la enésima versión de la concocida Ley del embudo, pero con un embudo totalmente fuera de toda lógica dimensional en sus extremos, salvo para el tonto que se la aplica a sí mismo.
Es un hecho que los tontos también tienen derecho a voto -es la democaracia, amigo- y, lógicamente, votan en la dirección marcada por los mencionados sesgos cognitivos (todos nos deplazamos con nuestros sesgos a cuestas pero para los tontos los suyos son su propia esencia) y ello debe ser justamente lo que explica la causa de que los representantes políticos de esos votantes sean, piensen -es posible-  y actúen como lo hacen, es decir, como representantes de votantes no muy exigentes desde un punto de vista lógico o racional; por ejemplo (y como test para quien esté leyendo ésto: decidir quién representa a los tontos en esta interpelación parlamentaria, casi un ejemplo de libro para ilustar el Principio de Dunning-Kruger). Hay más ejemplos que descubren con toda crudeza la falta de capacidad de ciertos representantes políticos (evidenciada generalmente por otros representantes políticos; no todos los políticos son iguales, un mantra de los preferidos también por los tontos: sólo un tonto puede pretender que no habiendo igualdad en ningún ámbito de la actividad humana,  la actuación política sea la única en gozar del tal igualdad y uniformidad).​
En fin, que ni con meses de reclusión pandémica veo límites a este apasionante estudio.
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P.S.: ...me ha quedado una entrada algo larga y espesa. Y eso que esta vez no he citado a Goethe.

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