Las fuerzas alemanas de ocupación en los distintos países europeos durante la última guerra mundial adjetivaban habitualmente como terrorista a cualquier organización -militar o no- que se les opusiera: la ocupación que ellos ejercían les parecía legítima y justificable por necesidad de guerra y los que se oponían a ella -de cualquier modo- eran terroristas, sin más; de igual manera tanto para el actual presidente de EE.UU. como para los partidos políticos derechistas y ultraderechistas de este país, el movimiento antifascista es asimilado, directamente, a terrorista. Que tendría sentido si al que le parece correcta esa asimilación de ambos términos se declarara, de igual modo, fascista (ciertas opiniones definen automáticamente a quien las mantiene), pero no lo tiene si desempeñan su papel político dentro de sistemas democráticos que son esencialmente opuestos al autoritarismo dictatorial de los sistemas fascistas. En resumen, los que así actúan están pervirtiendo radicalmente el significado de las palabras; terrorismo deja así de ser la pretendida actuación criminal de bandas organizadas que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos para convertirse de forma exclusiva en la dominación por el terror (justificándo mediante la pretendida identificación de oposición y terrorismo, algo propio e inherente a cualquier sistema dictatorial mediante el uso, entre otros, del terrorismo de Estado) y también en la sucesión de actos de violencia (explícita o implícita) para infundir terror, y todo ello desde instituciones sedicentemente democráticas: todo un oxímoron político.
Esto no es de hoy, desde luego; el lema: Vosostros, fascistas, sois los terroristas, es antiguo. A ver si podemos dedicar algún tiempo a lo necesario sin tener que estar dedicándolo permanentemente a demostrar lo evidente.
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