Es evidente que una mayoría de nosotros elegiríamos susto ante el chistoso dilema, pero parece que el dilema es otro cuando nos dan a elegir entre la pervivencia del capitalismo como sistema económico y la salud del conjunto de cada uno de nosotros como integrantes de la sociedad, la salud pública. Sin llegarnos de inicio al extremo y recordar que sin sociedad no existiría ningún sistema económico válido -por innecesario- sí podemos afirmar que este dilema es falso; las falacias lógicas son tan antiguas como el hombre y han sido recurso habitual de populistas, dictadores y tiranos para arrimar el ascua a su sardina y, de paso, dejar a la espera de unas hipotéticas brasas a las sardinas de la mayoría.
Viene esto a cuento al considerar las prisas con que la mayoría de empresarios han incidido -casi desde el inicio de la pandemia debida a la CoVid19- en que las actividades económicas deberían continuar aún con los evidentes peligros -generalmente obviados o, a lo más, asumidos como daños colaterales e inevitables- asociados a posibles rebrotes de la misma tras unos meses de confinamiento gradualmente relajado; en su argumentario, el razonamiento es justo el contrario al maximalista que expuse al principio (y, por tanto, maximalista también): sin sistema económico -con el capitalismo como su único dios verdadero y administrador, por supuesto- no hay sociedad ni, por tanto, necesidad alguna de salud, ya que el destino de todos sería el de morir de inanición; esgrimiendo simultáneamente, además, este argumento como una velada amenaza, ya que la inanición llegaría seguramente antes al que depende de su trabajo para la supervivencia inmediata. Los empresarios y el gran capital sólo se han apaciguado -temporalmente- con el compromiso por parte del gobierno de socializar las pérdidas (es lo que suponen los ERTE) que es el segundo principio del neoliberalismo; el primero ya sabemos que consiste en que en cuanto haya ganancias, éstas les corresponderán íntegramente a las empresas y nuestra recompensa habrá sido perpetuar el funcionamiento de una maquinaria que se basa en que esas ganacias -en las cuales no tendremos ninguna participación, ya digo- sean posibles. No soy tan ciego como para ignorar el imprescindible componente social que los ERTE también suponen para los trabajadores que han visto suspendido su trabajo debido a la pandemia, pero lo anterior es igualmente cierto.
En resumen, en contra del optimismo declarado por todos coaching de la economía en sus clases iniciales de emprendimiento y que podría resumirse en la frase atribuída a Churchill Un optimista ve una oportunidad en cada calamidad, un pesimista ve una calamidad en cada oportunidad, en general hemos decidido posponer nuevamente -al igual que ocurrió en la crisis económica de 2008- y sine die el planteamiento de alternativas serias y globales a un sistema económico que hace ya tiempo mostró un componente suicida letal para la humanidad en su conjunto; parece que nuestro único deseo ha de ser una vuelta a la normalidad, aunque sea nueva (y no mejor, desde luego): estamos pasando de largo por las oportunidades que imperativamente propiciaba la pandemia y estamos eligiendo volver a la calamidad ya conocida; tampoco estamos resultando tan inteligentes como para merecer perpetuarnos.
¡Qué susto! - pues haber elegido muerte; finalizaba el chiste; que maldita la gracia que puede llegar a tener, sabiendo que el susto también puede convertirse en muerte.
No hay comentarios :
Publicar un comentario