Felipe González dice no creer que haya un fenómeno de corrupción política en España y lo ha reducido todo a un descuido generalizado; es una de las pocas ventaja que tiene hacerse mayor (y/o jarrón chino): puedes decir tonterías como ésta sin ningún temor; lo peor que podría ocurrirte es que te ignoren suponiendo que ya estás gagá. En todo caso, vamos con el adjetivo y supongamos que sí fuera generalizado -ayuda repasar la lista de beneficiarios de las tarjetas Black para comprobar que todos los representantes de partidos políticos -y sindicatos- entonces existentes eran partícipes de un latrocinio que muchos, en el colmo de la desfachatez, decían que no sabían que lo fuera- pero, ¿¡descuido!?; descuido no, más bien se trata de descuideros, un tipo especializado de ladrón que hurta aprovechándose del descuido ajeno; de donde podría deducirse que los descuidados hemos sido nosotros, la ciudadanía en general. Y es muy posible que lo hayamos sido por desconocimiento político e histórico también generalizado -la falta de costumbre tras cuarenta años de dictadura, donde la corrupción también existía, pero era lo normal y las posibilidades de denunciarla mínimas- porque la corrupción es históricamente casi tan consustancial al ser humano como las moscas o las bacterias: lleva con nosotros desde el comienzo mismo del hombre social; a la vez que se inventó la propiedad privada y las leyes -o incluso antes- ya la corrupción era una característica definitoria del ser humano a la vez que una enfermedad social. No fué un descuido -si hablamos de historia más reciente- la causa fundamental que llevó a que el PSOE perdiera las elecciones generales en España en 1996, ni tampoco es un descuido lo que hoy asombra -la prueba del algodón de nuestra calidad democrática- que no haga perder elecciones generales al PP: en ambos casos se trata de lo mismo, del abuso de poder político en connivencia con otros poderes fácticos, fundamentalmente el económico; el entendimiento de la política como ejercicio del poder público no para buscar el bien social y común, sino el beneficio personal y particular. Y yo creo que la ciudadanía de éste país no ha tomado aún conciencia -como ocurre en países con democracias consolidadas- de que la corrupción es un cáncer social que o bien se controla -su erradicación total puede que sea imposible- o bien acaba con el cuerpo que lo hospeda. Y un cáncer no es un descuido, es algo bastante más serio.
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