Me veo de espectador asomado a un pequeño corral en el que pollos sin cabeza o bien corren alocados en círculo o bien chocan con las paredes ensangrentándolo todo; no, no es un sueño morboso y recurrente que relatar al psicólogo, es que contemplo a diario la política de éste país; tras unas elecciones, todos despertamos a la vez y comprobamos no solamente que el dinosaurio aún está allí -aquí- sino que se ha hecho más grande; para unos más lustroso y para otros más gordo y peligroso. Sin embargo, los pollos, que no ven al dinosaurio -sin cabeza es difícil- continúan con su macabro frenesí y, a veces, inevitablemente, acaban en la boca abierta del dinosaurio que no tiene que hacer nada más para alimentarse y seguir engordando.
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