A la inquietud producida por un dedo que me señalaba amenazante -cuando no agresor, como un florete- se unieron las palabras, esencialmente similares en su tono al rapapolvo de un padre a su hijo adolescente, insoportables tanto por el tono en sí -seguido de una buenista e inconcreta apelación a la convivencia demócratica- como porque la dirección del rapapolvo debería ser justo la contraria: el padre es la ciudadanía y el hijo arrogante y con poco seso está siendo representado por el gobierno y el propio Jefe del Estado, Felipe VI, que no se sabe si dirigido por el PP o por voluntad propia, escenificó ayer una pobrísima y parcial representación de las capacidades de quien supuestamente es el Jefe de Estado de todos los españoles, incluidos los más de dos millones de catalanes que decidieron votar el pasado 1 de Octubre.
Por resumir, el discurso del rey planteó la legalidad -una parte- como un bien supremo y expresó su convencimiento de que todos los españoles son -o deberían ser- buenos en éste sentido y los que no son así, es que no son españoles y por ello castigados no a su expulsión de España, si no precisamente, castigados a vivir en ella; su expresión del firme compromiso de la Corona con la Constitución y con la democracia, en ambos casos es, ya digo, parcial: el incumplimiento de muchos de los artículos esenciales de la Constitución que no tratan de la unidad de España es ya histórico, y la democracia está igualmente restringida en éste país por leyes y mecanismos que vacían el contenido de la propia democracia: una forma de convivencia social en la que los miembros son libres e
iguales y las relaciones sociales se establecen conforme a mecanismos contractuales; su afirmación en el discurso de que nuestros principios democráticos son fuertes, son sólidos me recuerda mucho aquello de dime de lo que presumes y te diré de lo que careces.
Si los hechos que han venido sucediéndose hasta ahora en Cataluña han producido una sensible fractura social -no sólo en Cataluña- reconocida al inicio del propio discurso -hoy la sociedad catalana está fracturada y enfrentada- creo que el resto del propio discurso no ha hecho más que profundizar y aumentar esa fractura, cuando es sabido que el tratamiento de una fractura comienza siempre por su reducción.
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