lunes, 2 de octubre de 2017

La Segunda Restauración

Siento -poco, es cierto- no estar de acuerdo con quienes aseguran, como Churchill -al que se le atribuyen innumerables frases, muchas de las cuales no son suyas- que si a los veinte años no eres de izquierdas es que no tienes corazón pero si a los cuarenta no eres de derechas es que no tienes cerebro, tampoco lo estoy con la más matizada de Willy Brandt: Quien de joven no es comunista, es que no tiene corazón. Quien de viejo es comunista, es que no tiene cabeza; quizá sea que ante la perspectiva de una vida larga que la probabilidad estadística me ofrece, no me sienta capacitado para seguir esa completa y normal evolución política; quizá sea, más bien, que la simple experiencia de la vida haya hecho que no sólo mi corazón sino mi cabeza me orienten ahora justo en el sentido contrario: creo que lo razonable es considerar que la desigualdad social a que abocan tanto el conservadurismo como el capitalismo, revestidos ambos de neoliberalismo, es fundamentalmente injusta, y no sólo eso, también es contraria a la evolución y progreso de la humanidad en su conjunto.
Quizá también sea debido a que pertenezco a una generación que vivió en este país el cambio de régimen político poco después de la mayoría de edad (que por entonces era a los 21 años), una generación a la que se nos vendió la milagrosa Transición, ese proceso mediante el cual los que hasta entonces sostenían una dictadura se transformaron -y nos transformaron- en demócratas de la noche a la mañana; con Constitución y todo: demasiado bueno para ser cierto, claro. En realidad, se trataba de cambiarlo todo para que todo siguiera igual, como en El Gatopardo; una versión 2.0 -con un siglo exacto de distancia- de la Restauración, todo basado en un sistema con dos partidos supuestamente contrarios que se alternaran para sostener y perpetuar un tinglado político con apariencia de democracia que se ha mantenido -como la Restauración- unos cuarenta y cinco años (tiempo que parece establecido, casi normativamente, para que todos nos acabemos dando cuenta de la trampa). Si seguimos repitiendo secularmente la historia, sobre 2031 deberíamos tener una República. Y si en éste tiempo hemos aprendido todos algo, esperemos que esa III República tenga mejor vida que las anteriores.

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