Ayer estuvimos donde teníamos que estar y con quien tuvimos que estar,
expresando nuestro apoyo a las víctimas del terrorismo y mostrando
solidaridad con la inmensa mayoría de los catalanes sensatos y
respetuosos, ha dicho Rajoy durante un acto de su partido en
Pontevedra, vendiendo una vez más sus excedentes -él parece considerar que le rebosan- de sentido común y sensatez; aunque, y es lo que tiene alargar las frases para hablar sin decir nada: ¿habrá querido decir, por ejemplo, que también existe una minoría de catalanes sensatos y respetuosos que se ha dedicado a abuchearle y a los que no quiere expresar apoyo ni solidaridad? Pudiera ser, porque, en su mejor línea de ignorar lo que no le interesa, ha declarado que las afrentas de algunos no las hemos escuchado; que no creo que haya que traducir del lenguaje mariano para comprender que para él, afrenta equivale a todo aquello que no desea oír; para él, su misión política debe consistir sólo en escuchar los aplausos de los adictos tras sus vacías peroratas y no la de escuchar a los discrepantes para establecer un inexcusable -en democracia- diálogo político. Pues no, a Rajoy le gustaría que algunos responsables políticos renunciaran a sus planes
de ruptura y radicalidad; creo que es lo que quiere la mayoría de la
sociedad catalana. Que, digo yo, ¿no habría forma de verificar esa creencia suya?
Y ha rematado con una -repetida, para alargar el discurso- de sus acostumbradas obviedades vacías de contenido: aparcar las diferencias nos hace grandes, vencer al terrorismo desunidos no es posible; y (bis) las víctimas nos quieren unidos y los terroristas nos quieren desunidos, de ambas concluye: la grandeza de la democracia es su unidad frente a
quienes quieren liquidarla.
Pues no, señor Rajoy, la democracia es una forma de organización social que atribuye la titularidad del poder político al conjunto de la ciudadanía, precisamente al conjunto en la consideración de su diversidad, si el conjunto fuera uniforme no sería útil -ni necesaria- la democracia; así pues la grandeza de la democracia no es su unidad, sino la diversidad cuya convivencia social pretende organizar. Los que realmente quieren liquidarla son los que olvidan ésto último so pretexto de una mayor eficacia (para fines, en general, muy poco democráticos, todo hay que decirlo).
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