Hace unos días, el secretario de Estado de EE.UU., Rex Tillerson comunicaba urbi et orbi: Estamos evaluando todas nuestras opciones políticas para ver qué podemos
hacer para crear un cambio de condiciones (en Venezuela) donde o
bien Maduro decida que no tiene futuro y quiera marcharse por voluntad
propia, o nosotros podamos hacer que el Gobierno (venezolano) vuelva a
su Constitución. Era para que todos fueran (fuéramos) tomando nota. Unos día después, desde uno de sus campos de golf en New Jersey, -entre hoyo y hoyo- Trump ha declarado que no descarta una intervención militar estadounidense en Venezuela si Maduro tarda en atender las sugerencias de EE.UU: tenemos tropas por todo el mundo, en lugares muy, muy alejados.
Venezuela no está muy lejos y la gente está sufriendo y están muriendo,
agregó el presidente, afirmando que el país caribeño está sumido en un lío muy peligroso. Vamos, que pretende solucionar el sufrimiento y la muerte de unos (los buenos) mediante el sufrimiento y la muerte de otros (los malos) y así resolver el lío. Militarmente, por supuesto, que es más rápido. No creo que los romanos del Imperio fueran tan obviamente prepotentes ni en su época de mayor poderío. (Por cierto, ¿no será una cabeza de palillo o cerilla eso que asoma en la comisura de los labios de la boca de Trump?).
El Gobierno de Trump ya ha impuesto sanciones
contra varios cargos electos venezolanos, en primer lugar contra el propio Maduro, sanciones que en su caso implican la congelación de los activos
que puedan tener en EE.UU. y le prohíben la entrada al
país. Con las sanciones a Maduro, Estados Unidos le ha puesto
en el mismo saco -actualizando el Eje del Mal de Bush, o ese club muy
exclusivo, como lo ha definido el asesor para la seguridad nacional, Herbert Raymond McMaster- que al presidente sirio, Bachar al Asad, el líder
norcoreano, Kim Jong-un, Robert Mugabe, de Zimbabue y los dirigentes de Irán.
Como escribiera Rafael Sánchez Ferlosio: cuando oigo la palabra el Mal, ontológicamente enfatizada, me digo: "ya
está ahí la purga de Benito, se ha terminado la averiguación". Es el
gran comodín ideológico, exorcismo de urgencia para cualquier vacilación
moral.
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