sábado, 12 de agosto de 2017

Hace 85 años

Manuel Azaña afirmaba rotundo en 1932: a mí lo que me interesa es renovar la historia de España sobre la base nacional de España.  Es inevitable recordar hoy tanto su pensamiento político como su fuerza intelectual a la vista del panorama político español actual; que Azaña pudiera pronunciar dos veces la palabra España en una frase y simultáneamente afirmara que el deseo autonomista de Cataluña consituía una oportunidad histórica para conjugar la aspiración particularista o el sentimiento o la voluntad autonomista de Cataluña con los intereses o los fines generales y permanentes de España dentro del Estado organizado por la República muestran no sólo el hondo patriotismo -en el mejor de los sentidos de la palabra- de Azaña, sino el grado de habilidad política que poseía, aunque aún hoy hay quien se la regatea, heredando los cuarenta años de tergiversaciones, calumnias y silencio que sobre su figura y capacidad política acumuló el franquismo. Además de que con Azaña, según recuerda Francisco Ayala sabía uno en todo caso lo que quería decir, porque en todo caso decía lo que quería exactamente.
Es sabido que Azaña fué el principal valedor del Estatuto Catalán de 9 de Septiembre de 1932, bastante más allá de lo defendido por otros republicanos de mucho peso político tales como Ortega y Gasset -el PSOE de la época no era ni siquiera autonomista, no ya federalista- y que concluyó uno de sus discursos en el Congreso de los Diputados durante la tramitación del Estatuto apelando expresamente al Parlamento y a todos los partidos republicanos a que se sumen a una obra política que es una obra de pacificación, una obra de buen gobierno ... porque España necesita urgentemente estar bien gobernada, aún reconociendo -proféticamente-  que …es mas difícil gobernar a España ahora que hace cincuenta años y mas difícil será gobernarla dentro de algunos años. Cuando el autonomismo se ha convertido en separatismo por la torpeza de muchos, se podría añadir. 
Azaña hizo posible que un Estado compuesto -novedoso en el derecho constitucional comparado de su época, ya que no se trataba de una federación ni una confederación- cupiera dentro del valor normativo superior de la Constitución de 1931, que ha interpretarse en su conjunto y no solo en los limitados preceptos que se refieren a las autonomías territoriales, algo que muestra, en palabras del jurista García de Enterría, la potencia mental excepcional del personaje.
No obstante, el texto del Estatuto catalán lo redactó la Generalidad en ejercicio del derecho de autodeterminación que compete al pueblo catalán, según se lee en su preámbulo, si bien matizando que la personalidad política de Cataluña debe precisar su compromiso con la República española…de marcar las líneas fundamentales de su estructuración y concretamente: Cataluña quiere que el Estado español se estructure de manera que haga posible la federación entre todos los pueblos hispánicos. 
A recordar, por instructivo, el Artículo 18 (y último) del Estatuto: 
Este Estatuto podrá ser reformado:
a) Por iniciativa de la Generalidad, mediante “referéndum” de los Ayuntamientos y aprobación del Parlamento de Cataluña;
b) Por iniciativa del Gobierno de la República y a propuesta de la cuarta parte de los votos de las Cortes;
En uno y otro caso será preciso para la aprobación (definitiva) de la ley de Reforma del Estatuto, las dos terceras partes del voto de las Cortes. Si el acuerdo de las Cortes de la República fuera rechazado por el “referéndum” de Cataluña, será menester, para que prospere la reforma, la ratificación de las Cortes ordinarias, subsiguientes a las que le hayan acordado.
 

Igualmente intructiva es la comparación de los Estatutos de 1932 (por el que Azaña fué vitoreado en Barcelona, finalizando su discurso con un ¡viva España!) y de 2006, finalmente anulado por el Tribunal Constitucional, lo que provocó la manifestación del 10 de Julio de 2010 (en contra del gobierno español), a la que asistieron más de un millón de personas.
Creo que Azaña fué el último español que se propuso realmente resolver el problema catalán enfrentándose a él, sin mirar hacia otro lado, sin hurtarlo, sin negarlo. Puede evaluarse el logro que ello supuso teniendo en cuenta que casi medio siglo después, durante la denominada Transición, cuenta Alfonso Guerra -sí, el mismo que años después (2006) informó de que la segunda versión del Estatut tras la Transición había sido convenientemente cepillada en el Congreso- que Felipe González y él mismo tuvieron una entrevista con el presidente Suárez para intentar solucionar radicalmente el contencioso territorial de las Españas: nuestra propuesta fue clara y sencilla: restaurar los estatutos de Euskadi y Cataluña aprobados durante la República y abolidos con el triunfo militar del régimen de la dictadura. Suárez comprendió que esa era la operación más limpia y con menor coste posible sino fuera porque el estamento militar nunca aceptaría una restauración de los hechos de la República, que habían justificado en la conciencia del ejército franquista la rebelión y posterior Guerra Civil. Con lo que, además, se comprenden mejor las limitaciones y condicionantes de la propia Transición.
Es cierto que en el transcurso de la guerra civil el propio Azaña se sintió traicionado por la deslealtad hacia la República del Gobierno catalán -como del vasco- y proponía, lógicamente, una vuelta al cumplimiento estricto del Estatuto una vez se ganara la guerra; Franco, en 1938, no dió lugar a que ello se produjera.
Azaña reiteraba a menudo que un país es una herencia histórica, una tradición, corregida por la razón; sin esa razón la herencia histórica de España no es que sea difícil de gestionar -ni por aquél Azaña, ni, desde luego, por figuras de la talla de quienes hoy tienen ese encargo- es que es inasumible. Sin esa razón -inteligencia, altura de miras, visión de futuro- sirve de muy poco el sentido común del que algunos alardean; por más que, seguramente, ni siquiera a eso llegan.

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