Los mensajes políticos -especialmente
los de los propios políticos- hace tiempo que camuflan su vacuidad con una longitud inversamente proporcional a su contenido (debería ser
obligatorio para todos ellos leer los discursos de Azaña, sumamente didácticos, por ver si asimilaban algo). Como defensa, hace tiempo aprendí -siempre hay quien te descubre lo evidente- una forma rápida de desbrozar esos mensajes para intentar retener la esencia del propio mensaje, si es que tal esencia existiera. Para ello, en realidad, sólo se necesita la aplicación de dos reglas, las dos muy simples:
1ª) Si lo que transmite el mensaje es evidentemente deseable por todos -y, por tanto, lo contrario evidentemente indeseable- la relación señal/ruido tiende a cero; quiero decir, el mensaje no existe, todo se reduce a rellenar el espacio con ruido (verbal o escrito): nadie defiende -públicamente, al menos- la injusticia, la insolidaridad, la mentira, la falta de unidad, la descoordinación, la ineficiencia, etc. Por tanto, si se propugna la justicia, la solidaridad, la verdad, la unidad, la coordinación, la eficiencia, en realidad no se está diciendo nada; nada que no supiéramos ya.
2ª) Si el anuncio de la voluntad de impulsar determinadas acciones políticas no se cuantifica, es decir no se dice cuantos recursos se van a destinar a esas políticas y en cuanto tiempo se prevé que se concluyan, igualmente se garantiza el mensaje vacío, técnica descubierta por los políticos mucho antes de que Wathsapp llegara a ella. Los políticos -ignoro si debido a su general procedencia con estudios de letras- muestran una aversión casi patológica a cumplir con ésta segunda regla, e incluso los responsables de las carteras de Economía y Hacienda, cuando cuantifican, lo hacen con ánimo críptico o utilizando cifras ambiguas, tergiversadas o, directamente, falsas (supongo que esperando que nadie tenga intención de comprobarlas o saber su fuente; a veces incluso se ponen esotéricos).
Debo añadir que -cumpliendo una vez más la distribución de Pareto- con la sola aplicación de la primera regla podemos ignorar o arrojar a la papelera el 80% de los mensajes de políticos en los medios, y que aplicando de nuevo la distribución de Pareto con la segunda regla al 20% restante, obtenemos que sólo un 4% de los mensajes (con generosidad en la criba) dicen algo, tienen algún contenido; que luego sería necesario acreditar su veracidad.
Viene todo éste preámbulo práctico a cuenta de las obviedades políticamente correctas que la ciudadanía ha de soportar en general de los políticos, pero sobre todo tras sucesos impactantes y trágicos como los ocurridos recientemente en Barcelona. Ya me referí en una entrada anterior a un editorial de El País como ejemplo de mensaje vacío -elaborado desde una supuesta corrección política- y simultáneamente sesgado sin pudor hasta la naúsea.
Hoy, en su línea, El País insiste, y es Rubalcaba -desde su experiencia de la lucha contra ETA- el encargado del mensaje: La imprescindible unidad. Invito, como prueba práctica, a que se lea y, simultáneamente se aplique únicamente la primera de las dos reglas enunciadas. A ver que queda.
El medio es el mesaje, aseguraba MacLuhan (que también creía que estábamos transitando una fase de retribalización). Considerando que existen medios como El País actual, es comprensible a qué puede quedar reducido el mensaje una vez transmitido por ellos.
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