viernes, 26 de abril de 2019

Convicción(es)

Tanto Soraya Rodríguez (procedente del PSOE) como Angel Garrido (procedente del PP) han abandonado sus respectivos partidos recientemente y han sido acogidos en Ciudadanos (el partido que más que regenerar, recicla); no son los únicos -aunque sí quizá los más sonados debido a la relevancia de los puestos ocupados en su anterior partido- que ante el contraste de fidelidad que suponen unas elecciones -por el puesto adjudicado a cada candidato en las listas electorales- no han superado ese test y han decidido cambiar de baraja e incluso de juego; no obstante, todos ellos afirman que lo hacen por convicción (o convicciones). Y ello es así porque como los políticos viven de la palabra (o palabras) que utilizan a menudo para explicarse y justificar sus actos y posturas, es lógico que recurran a una palabra, convicción, de tan buena apariencia, que sugiere, una actidud o conducta recta y honesta. Pero, cuando constatamos que la convicción o creencia significa básicamente dar algo por cierto sin poseer evidencia de ello, la afirmación de actuar por convicción se vuelve bastante más sutil y menos rotunda. En efecto, si la creencia  es el estado de la mente en el que un individuo supone verdadero el conocimiento o la experiencia que tiene acerca de un suceso o cosa; ¿no puede ser ese suceso o cosa producto de la sospecha cierta de que en el partido en que militan no van a rascar bola en el futuro y que sus diversos emolumentos van a sufrir una merma igualmente previsible, derivada de su postergación en cuanto a cargos, representaciones y mamandurrias anejas?; no olvidemos que todas las convicciones y creencias se basan en suposiciones sobre algo que se da por cierto sin poseer evidencias de ello. Y los políticos supongo que esta sensibilidad supositoria la tienen desarrollada en alto grado por la pura necesidad de mantener el equilibrio mientras cabalgan los distintos momios. Quiero decir que, desde el punto de vista de la ciudadanía, ésta tiene la percepción de que la principal convicción de los políticos que así actúan se basa fundamentalmente en su propio interés personal y no en algún otro tipo de condicionante moral o ético que la palabra convicción parece sugerir; es la simple convicción de que les conviene trasladarse a otro partido que les garantice puestos, emolumentos y el mantenimiento de una posición que para ellos es ya irrenunciable, como si fuera la antiguedad o los trienios, portables con el cambio de empresa. Es decir, que más allá de anécdotas y casos concretos, el transfuguismo adoptado con tal naturalidad por sus actores -los tránsfugas y los beneficiarios de las fugas, principalmente- da que pensar y hace suponer que los políticos son meros agentes comerciales de ideas o políticas que se venden a la ciudadanía y que esa función la pueden cumplir sin dilema moral alguno en distintas y/o supuestamente contrapuestas formaciones políticas;  en todo caso, ¿quien puede afirmar a que causas se debe realmente su postura?: nadie puede afirmar qué convicciones tiene cada uno en su interior; entramos, pues, en la pura suposición sospechosa. 
Pero estaría bien -si lo que se trata por parte de los tránsfugas es de justificarse- que dejaran pasar, por puro decoro, algún tiempo para explicar tal transformación de convicciones, porque, en los dos casos mencionados, por ejemplo, parece que una divina luz cegadora les ha convencido de forma instantánea, como a Pablo de Tarso, perseguidor incansable, hasta ese milagroso momento, de los seguidores de la doctrina cristiana (en la foto vemos a Garrido intentando identificar la procedencia del divino rayo, mientras Ignacio Aguado, de Ciudadanos, le explica que, en realidad, era un foco situado a propósito para convertirlo a la verdadera fe, la de Ciudadanos; ambos ríen, finalmente, la broma); las palabras más suaves con las que Garrido se refería a Ciudadanos en la época en que militaba en el PP eran populistas, chupacámaras y sectarios; es de suponer que su llegada a Ciudadanos produzca cambios radicales en estas malas costumbres de su nuevo partido. Pero mejor estaría, incluso, que estos políticos conversos no se expliquen en absoluto, absteniéndose así  de insultar la inteligencia de la ciudadanía y ofender su olfato;  a veces es peor meneallo, que diría Don Quijote: huele más.

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