El sistema adoptado por China para su expansión por el mundo a comienzos del siglo XV (impulsado por el emperador Zhu Di, tercer emperador de la dinastía Ming, mediante la Flota del Tesoro (*) comandada por Zheng He) fué bastante distinto -mejor y más inteligente- que el empleado por los países europeos en su expansión imperialista durante el sigo XVI: los
barcos del emperador habrían de surcar y cartografiar los océanos del
mundo, impresionando e intimidando a los gobernantes extranjeros, mediante una mezcla de conocimiento tecnológico, riquezas, productos de consumo y poderío militar, incorporando al mundo entero al sistema tributario de China; los
gobernantes locales de los distintos territorios descubiertos pagarían a China un tributo a cambio de privilegios
comerciales y protección contra sus enemigos, pero China proporcionaría a sus socios comerciales bienes por un valor siempre mayor —sedas, porcelana y especias a precios convenientemente rebajados, o financiados mediante préstamos
en condiciones favorables— del que recibía de ellos. Y estos se
hallarían, así, en perpetua deuda con China. Los chinos preferían tratar de lograr sus objetivos a través del comercio, la influencia y el soborno antes que por el conflicto abierto y la colonización directa. Así pues, la política de Zhu Di acabó consistiendo en enviar cada pocos años grandes armadas por todo el mundo conocido llevando regalos y productos comerciales; los enormes barcos del tesoro transportaban igualmente una gran cantidad de armas de fuego y un ejército itinerante como recordatorio del poderío imperial. Los barcos del tesoro regresaban a China con toda clase de artículos exóticos: saliva de dragón (ambar gris), incienso y ámbar dorado, leones, leopardos, pájaros-camello (avestruces), elefantes, loros, sándalo, pavos reales, madera dura, incienso, estaño y cardamomo. Podríamos decir que, para la época, era una avanzado sistema de relaciones internacionales basado en buena parte en la cooperación y el libre comercio (sin olvidar, desde luego, el poderío militar de una gran potencia).
Cuando China herede el mundo (lo que quede) y recupere la hegemonía mundial que parece estarle reservada, espero que sea lo suficientemente inteligente para seguir una senda estratégica inspirada en Zhu Di y no en el imperialismo impuesto, depredador y prepotente de las potencias occidentales, vigente -generalmente en sus formas más crudas- hasta el día de hoy. Y del cual es víctima incluso gran parte de la población perteneciente a esas mismas potencias occidentales.
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(*) Extractos condensados de la interesante obra de Gavin Menzies 1421: El año en que China descubrió el mundo:
Además
de los barcos de guerra y de la flota mercante que había heredado, el emperador Zhu
Di encargó mil seiscientos ochenta y un nuevos barcos, entre ellos
numerosos bǎochuán (barcos del tesoro), gigantescas naves (el timón de uno de esos barcos era casi del tamaño del casco de una carabela española de la época) de nueve mástiles así
denominadas debido al enorme valor y cantidad de bienes que podían
transportar en sus inmensas bodegas. Para fabricarlos, se puso a
trabajar a decenas de miles de carpinteros, veleros y constructores de
las provincias meridionales de los alrededores de los astilleros. Además
de doscientos cincuenta barcos del tesoro, la flota contenía más de
tres mil quinientas naves de otros tipos. Había mil trescientos
cincuenta barcos patrulleros y el mismo número de naves de combate
anclados en puestos de vigilancia o en bases insulares; cuatrocientos
barcos de guerra de mayor tamaño y otros tantos cargueros destinados al
transporte de cereales, agua y caballos para la flota.
La Flota del Tesoro ó Xiafan Guangjun (Armada Expedicionaria Extranjera), que partió de China el 5 de Marzo de 1421, la componían más de 300 buques de guerra, mercantes -de ellos más de 60 Barcos del Tesoro - y otros buques auxiliares. En esa flota viajaban unos
28.000 hombres entre marineros, soldados, artesanos y otros oficios
diversos. En Octubre de 1423 regresaron a China los últimos restos desbaratados de esa flota. Los hombres de Zheng He no tenían ni idea de los dramáticos acontecimientos que se habían desarrollado en su tierra, y probablemente esperaban que se les recibiera como a héroes. Sus viajes habían constituido un notable éxito. Habían llegado a innumerables tierras desconocidas y habían ampliado inmensurablemente sus conocimientos sobre navegación; pero en lugar de aclamaciones, a su regreso los almirantes se encontraron con el rechazo de quienes por entonces gobernaban China. El hijo y sucesor de Zhu Di, Zhu Zhanji, publicó un edicto el mismo dia de su acceso al trono, en 1424, ordenando: Se deben interrumpir todos los viajes de los barcos del tesoro. Se ordena que todos los barcos amarrados en Taicang regresen a Nankín, y que todos los bienes que contienen sean entregados en el Departamento de Asuntos Internos y almacenados. Si hay enviados extranjeros que desean regresar a su patria, se les proporcionará una pequeña escolta. Se ordena a los funcionarios que actualmente se encuentren en viaje de negocios por el extranjero que regresen de inmediato a la capital... tras la muerte de Zheng He, en 1435, la política oficial de China se tradujo en una completa xenofobia. Todos los viajes de las flotas del tesoro se interrumpieron, y el primero de toda una serie de edictos imperiales prohibió el comercio exterior y los viajes al extranjero. Cualquier mercader que tratara de realizar actividades de comercio exterior sería juzgado como pirata y ejecutado. Durante un tiempo, incluso se prohibió aprender una lengua extranjera o enseñar chino a los foráneos. Los ingresos del comercio exterior descendieron hasta pasar a representar menos del uno por ciento de la renta gubernamental. El bloqueo del comercio exterior se mantendría rígidamente durante los siguientes cien años, y la dinastía Qing, que sucedería al último de los emperadores Ming, en 1644, lo llevaría aún más lejos: para evitar cualquier comercio o contacto con el extranjero, a lo largo de la costa meridional se devastó y quemó una franja de tierra de unos mil cien kilómetros de largo por cincuenta de ancho, trasladando a toda su población hacia el interior. No solo se dejó fuera de servicio los astilleros, sino que se destruyeron deliberadamente los planos de construcción de los grandes barcos del tesoro y los registros de los viajes de Zheng He, y en las décadas siguientes su recuerdo se borraría de una forma tan completa que parecería que nunca habían existido; no quedó en China ningún registro que indicara por dónde habían viajado durante aquellos años, pero fué difícil mantener un secreto absoluto sobre algo tan importante y de tanta trascendencia: en mapas conocidos en la Europa de la época (por ejemplo, el de Pizzigano de 1424) se muestra información de origen sólo posible si se admite como derivada de las expediciones comandadas por Zheng He; no sólo habían doblado
el cabo de Buena Esperanza desde el Océano Indico y atravesado el Atlántico, sino que
también habían pasado a explorar la Antártida y el Ártico, América del
Norte y del Sur, y habían cruzado el Pacífico hasta Australia; no existía ninguna otra fuente de información directa para recoger los detalles de los mencionados mapas europeos de la época que las expediciones ordenadas por Zhu Di. Habían
resuelto el problema del cálculo de la latitud y la longitud, y habían
cartografiado la tierra y el firmamento con igual precisión. Cuando
China le dio la espalda a su glorioso legado marítimo y científico, y
se impuso a sí misma un largo aislamiento del mundo exterior, otras
naciones tomaron el relevo, pero todos sus exploradores, colonizadores y descubridores viajarían tras la larga sombra de las flotas de Zhu Di.