miércoles, 25 de diciembre de 2019

Perfeccionando el buenismo

Como cada año por estas fechas escucho el discurso del Jefe del Estado; es costumbre que mantengo desde que hacían lo propio los predecesores del actual: el dictador Franco y al que éste instauró como sucesor, Juan Carlos I, su padre. Las razones de esta costumbre han variado con el tiempo -lo que es normal, supongo- pero, ya digo, escucho anualmente la mezcla de perorata buenista con aditamentos circunstanciales  que suele constituir el núcleo de tales discursos; últimamente, todo sea dicho, por motivos de puro optimismo vital, es decir, por la misma razón por la que juego a la Lotería sabiendo -como sé- que tengo una abrumadora mayoría de posibilidades en contra de obtener un premio importante. Al menos antiguamente, sí existía la probabilidad de algún premio de consolación -de los que, de alguna manera, invitan a seguir jugando (soportando el tostón)- tales como una voz aflautada y un movimiento de brazo propios de personaje de guiñol del dictador o como la propensión a encasquillarse en palabras de difícil pronunciación de su antecesor en el cargo; actualmente ni eso, sólo me queda el deber autoimpuesto de escuchar los minutos de buenismo dirigido a los españoles desde el distante púlpito del poder político (y nada democrático, para ser exactos).
Por comentar -ya que estoy en ello- algunos detalles del contenido del discurso de ayer del actual Jefe del Estado, el rey Felipe VI -por orden de aparición en el texto- se me ocurre lo siguiente:

1º) Notable que el primer recuerdo para  las dificultades y desgracias de los españoles lo haya sido por causas naturales -inundaciones y riadas- y, por tanto, en gran medida inevitables, antes de mencionar en un totum revolutum (la nueva era tecnológica y digital, el rumbo de la Unión Europea, los movimientos migratorios, la desigualdad laboral entre hombres y mujeres o el cambio climático y la sostenibilidad) temas dispares y en el que, con ese mismo criterio, se notan numerosas ausencias. Y aún de las mencionadas, sin la menor indicación de formas o políticas para afrontarlas.

2º) Algo más concreto, a continuacion: la falta de empleo –sobre todo para nuestros jóvenes– y las dificultades económicas de muchas familias, especialmente aquellas que sufren una mayor vulnerabilidad, siguen siendo la principal preocupación en nuestro país. Del país, suya no, que nunca padeció ni esa falta de empleo ni dificultades económicas, evidentemente. Será por ello que tampoco indicó ninguna posible solución a estos problemas.

3º) El deterioro de la confianza de muchos ciudadanos en las instituciones, y desde luego Cataluña, son otras serias preocupaciones que tenemos en España, pareciendo no entender que lo segundo es, en buena parte, consecuencia de lo primero: la confianza de muchos ciudadanos en las instituciones -especialmente en Cataluña- se ha visto deteriorada, precisamente,  por algo que puede considerarse prevaricación institucional (fundamentalmente injusta). El evidente manejo utilitario de las instituciones, ignorando de forma sistemática su teórico margen de independencia, no es la mejor forma de que la ciudadanía recupere la confianza en ellas.

Y ya mencionadas  todas las dificultades españolas, entró  a fondo el Jefe del Estado, en el núcleo buenista del discurso mencionando las armas para combatirlas: confianza firme en la bondad de los españoles, responsables, generosos, resistentes, unidos, maduros, rigurosos y fuertes (y seguramente olvido recordar alguna de las fortalezas españolas citadas en el discurso), a una muestra de los cuales (41) les ha concedido graciosamente la Orden del Mérito Civil en 2019. Normal que tengamos tantos mártires, santos y muchos otros en proceso de serlo.

Tenemos un gran potencial como país. Pensemos en grande. Avancemos con ambición. Todos juntos. Sabemos hacerlo y conocemos el camino...

Pues nada, solventados todos los problemas gracias a sus sabios consejos y a sus expertas directrices, ya puede ir el Jefe del Estado a tomarse esas vaciones -con destino desconocido, pero seguramente envidiable- para reponerse del agotador trabajo que ha sido la lectura del discurso de Navidad.

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