martes, 15 de noviembre de 2022

El paraíso del fotógrafo

Me sorprendió verme vestido con algo parecido a un pijama de raso, de color malva; y digo verme porque efectivamente me veía a mí mismo con visión externa. En seguida me dí cuenta de que andar me resultaba muy fácil y ligero, estaba en gravedad lunar y, a poco que me esforzara, daba zancadas de gigante; intenté -y conseguí- saltar y dar una voltereta completa en el aire. Iba descalzo, pero el suelo del camino era blando, algo así como un algodón nuboso -o nube algodonosa- y a ambos lados se extendían praderas tapizadas con hierba húmeda de un intenso verde esmeralda conteniendo amplios roales de florecillas amarillas; ¡lástima, no tener una cámara! -pensé- y al punto sentí que mi mano derecha sujetaba una Kodak Retina de los sesenta, con su Xenon 1,9/50 instalado; me vendría mejor un gran angular para este paisaje; miré bien y ví que el objetivo realmente era un Curtagon 4,0/28; poco angular -pensé, sin recordar que para las Retina reflex no había nada de focal más corta-  y deseé tener a mano una Nikon F2 con un buen Nikkor-UD 3,5/20; ¡dicho y hecho! antes de haber intentado siquiera hacer ninguna foto pensé que sería estupendo disponer de alguna cámara de formato más grande y ya no me sorprendió mucho ver -sin comprobar el peso- que estaba sujetando una Kowa SuperSix con su cremoso 2,8/85. Para celebrar su inesperada ligereza, con facilidad lancé al aire la cámara con la mano derecha, y al recibirla con la izquierda comprobé que se había transformado en una Pentacon Six con un ojo de pez Arsat 3,5/30; pensé que alguien habría anotado mi gusto por los gran angulares. Visto que el procedimiento era sencillo -sólo desearlo- pasé por las Olympus OM,  diversas Exa y Exakta, las Zorki, la Canon T 90, las Minolta D, las Pentax con sus deliciosos Takumar, hasta que el flujo se detuvo en otra cámara de formato medio: la Graflex Century Graphic, que supuse con su excelente KodaK Ektar  3,7/105 y que -ya no me sorprendía nada- apenas pesaba; además, para más comodidad, traía instalado un práctico agarre para la mano izquierda. Ni siquiera me dió tiempo a pensar que estaría bien disponer del Mamiya-Sekor 6,3/65 de fórmula Topogon, cuando ví que era el que realmente estaba instalado en el portaobjetivos de la Graflex que, además, disponía del respaldo para película de 120 con un rollo de Kodal Tri-X esperando ser usado. El paisaje estaba cambiando, ví montañas, bosques, cascadas y, al fondo, una figuras que en la lejanía no podía distinguir si serían ángeles o huríes -ambas posibilidades igualmente sorprendentes, como antes lo era el haber acabado en un paraíso de cualquier tipo sin ser creyente en ninguno- y decidí acercarme a comprobarlo... 

Noté algo en los ojos: era Ton; había decidido que mi siesta estaba durando demasiado y me estaba lamiendo conzienzudamente las gafas, que no me había quitado antes de quedarme dormido.

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