Desde el siglo XVII un rasgo político característico de España es el pesimismo; en aquél momento histórico ese pesimismo estaba justificado por la pérdida de la hegemonía mundial pero, según Azaña, el mal de fondo como país y a nivel estructural ha sido, desde aquellos tiempos, el mal gobierno: España
es un país que desde el siglo XVI no ha conseguido formar una clase
directora; España es un país no digo disuelto, pero sí inorgánico, un
país sin estructuras de dirección...no hay en España estos cuadros de
mando, ésta aristocracia mudable, criticable y responsable que una
sociedad necesita para existir. Esto lo decía Azaña cuatro siglos después de la época aludida pero hoy, otro siglo después -con una dictadura y una democracia imperfecta por medio- la situación parece no haber mejorado, antes al contrario -conforme a lo expresado por Jorge Manrique respecto a que cualquiera tiempo pasado fué mejor- ha empeorado.
Si volvemos al tiempo señalado por Azaña para el comienzo del mal gobierno crónico,
el siglo XVII, podríamos recordar que, por entonces, una España exhausta
pese al oro proveniente de América, tuvo que elegir en 1640 entre sofocar la
sublevación de Cataluña y la posterior en Portugal (parece que para ambas no había
recursos); es difícil saber qué y quienes serían hoy España y españoles
si la elección hubiera sido distinta.
Es por ello que, desde hace siglos, el regeneracionismo -convendría recordar que la palabra regeneración usada en el siglo XIX está tomada del léxico médico, como antónimo de corrupción- es una constante cíclica: el último, el que se produjo a partir del desastre del 98 con la liquidación definitiva del imperio comenzada siglos antes; el dolor de España que mencionaban Unamuno, Ortega y otros regeneracionistas del 98, es una constante a través de siglos y generaciones previas: también habían intentado el regeneracionismo antes -con poco éxito, en general- los validos de los últimos Austrias en el siglo XVII, los primeros Borbones ilustrados en el siglo XVIII, y los afrancesados y los liberales en el siglo XIX.
Y para apoyar el pesimismo histórico que supone por mi parte el reconocer que, respecto al mal gobierno, hoy la situación es peor que hace un siglo, baste recuperar las palabras que un catalanista moderado como Joan Maragall dirigía a un regeneracionista como Miguel de Unamuno a principios del siglo pasado: ¡Visca Espanya! -vol dir que l'Espanya visca ¿enteneu?-, que els pobles
s'alcin i es moguin, que parlin, que facin per si mateixos, i es
governin i governin (¡Viva España! -quiero decir que España viva, ¿entendido?-, que los pueblos se levanten y se muevan, que hablen, que actúen por sí mismos, que se gobiernen y gobiernen); ¿alguien imagina algo así hoy?, ¿quién es responsable de que ello no sea posible?
Puesto que España -las Españas- continúa doliendo -más si cabe- hoy el regeneracionismo se ha hecho más imprescindible que necesario; regeneracionismo real, no oportunista o utilizado exclusivamente como propaganda electoral, por supuesto.
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