Tras la desmesura verbal de la presidenta de la Comunidad de Madrid -sí, la presidenta, increíble pero cierto- Isabel Díaz Ayuso, aludiendo a la quema de iglesias durante la República partiendo de la prevista exhumación de Franco del Valle de los Caídos -no sé dónde verá la relación- y las subsiguientes declaraciones del secretario general de Vox, Javier Ortega Smith -que, no sé porqué, siempre pienso en completarle con el Wesson- sobre las supuestas actividades chekistas de las Trece Rosas -eran mujeres que torturaban, mataban y violaban vilmente (que se puede torturar y violar sin vileza, justificadamente, como habitualmente hace la derecha)- pienso en lo poco que ha evolucionado la propaganda derechista en este país, desde los tiempos a los que se alude, hace casi un siglo. Ya en una entrada anterior, Comunistas de asustar, resumía algunos puntos de esa propaganda y cuando lo revisé, no hace mucho, me parecían de existencia increíble -si no estuvieran documentado e impreso- y propio de tiempos en que la opinión pública se manejaba con total impunidad desde los medios de entonces, al no existir facilidades para cuestionar una propaganda arrasadora; no recordé a tiempo que más medios y más modernos en la actualidad, sólo garantizan más rapidez de difusión, no más veracidad; todos y cada uno de los once principios de la propaganda atribuídos a Goebbels -sobre todo el Principio de Transposición- siguen siendo de aplicación a día de hoy, sólo han cambiado -se han acelerado- los tiempos.
Así pues, conceptos como comunismo, son manejados alternativa e indiscriminadamente como espantaviejas o como formas de aludir no a la ideología que pretende lograr una sociedad más igualitaria -muy en línea con el primitivo cristianismo- sino a ese conjunto de seres malvados que pretenden quitarte -entonces la bicicleta y hoy el utilitario- los medios para poder -con suerte- asistir a un trabajo en condiciones muy similares a los de la esclavitud y que el capitalismo global ya tiene previsto para tí. Y esto lo hacen desde los voceros sin escrúpulos de la derecha -como los mencionados al principio- hasta un presidente del gobierno que se dice de izquierdas, pero no extremista, claro; aunque alguien que defiende tanto y tan denodadamente los intereses de los fondos buitre o a las empresas -por ejemplo- tampoco es probable que sea muy de izquierdas, siendo honestos. Por mucho que insista su propaganda en afirmar Somos la izquierda: dime de lo que presumes y te diré de lo que careces...
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