Evidentemente, todos declaran (declaramos) estar contra la corrupción por cuanto, tal y como su nombre indica, produce un pudrimiento intenso y extenso a todos los niveles. Pero hace tiempo que llegué a la conclusión de que, en éste país, tanto o más grave que la corrupción -sobre todo cuando ésta parecía no ser generalizada y sistémica- es ser lo bastante torpe como para permitir que te pillen. Y creo que en esa clave -en código mariano- hay que interpretar las palabras de Mariano Rajoy dirigidas a su partido al respecto: esto se acabó y aquí ya no se pasa por ninguna -de lo que, por otra parte, se deduce que algo (esto) había y que antes sí se pasaba por ello- que creo que quiere decir: no debéis ser tan torpes como para que os descubran en latrocinio, no nos lo podemos permitir en las actuales circunstancias. Pero me temo que la orden tajante -o reflexión levantando la voz- llegue algo tarde, es inevitable que una vez abierto el aliviadero de la cloaca, ésta siga manando hasta que se vacíe; sobre todo porque se refiere a hechos pasados y que se produjeron en la época de mayoría absoluta -universal según el exministro Wert- del PP, cuando en ese partido creían que todo les estaba permitido (que no es que antes no hubiera corrupción pero, con la legislación en la mano, es posible que hayan prescrito los delitos con más de cinco años de antigüedad y que nadie denunciara en su día) y de los que es previsible una acumulación en ese tiempo.
Y ya se sabe: si todo poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente (ó universalmente).
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