miércoles, 21 de septiembre de 2022

Clases

Lo cierto es que, socialmente hablando, la humanidad siempre a estado dividida en clases; si quisiéramos simplificar podríamos decir que siempre han existido minorías privilegiadas y mayorías subsistendo en precario y al servicio de las primeras. En regímenes políticos totalitarios el uso de la fuerza y/o la violencia siempre fué el primer recurso empleado en mantener ese status quo de división social, por más que -generalmente mediante la religión- las mayorías desfavorecidas fueron siempre convencidas por las minorías privilegiadas de la inevitavibilidad de tal reparto social; la religión, específicamente la cristiana (una vez vaciados de contenido los presupuestos filo-comunistas del primitivo cristianismo), siempre ha servido a estos fines principalmente mediante la posposición del igualitarismo y la justicia social para todos los seres humanos a una supuesta vida futura (aquí paz y después gloria), ya que en la presente lo único posible se reduce a acumular méritos -sea cual sea la clase social que nos haya tocado en suerte, mayoritariamente heredada- para alcanzar esa prometida vida futura y evitar un castigo -también eterno- por la inobservacia de las reglas socio-religiosas establecidas; lo cierto es que manteniendo adecuadamente a las clases inferiores en esas creencias, la perpetuación de tales estratos sociales se ha mantenido como una realidad  totalmente viable y perdurable.

Hace un par de siglos se produjeron en el mundo occidental transformaciones sociales que intentaron reactivar una fórmula política de gobierno de dos milenios y medio de antiguedad: la democracia y, simultáneamente, el desbancamiento social de ciertas castas privilegiadas establecidas en Europa desde la Edad Media: la nobleza, principalmente. Habría que recordar que la democracia original -en la Atenas clásica- no era universal: sólo los varones adultos que fuesen ciudadanos atenienses, y que hubiesen terminado su entrenamiento militar como efebos (a los 20 años) tenían ese derecho; ni esclavos -por supuesto-, ni mujeres, ni el resto de la población; a cambio de esas restricciones, los ciudadanos atenienses tenían plenitud de derechos y obligaciones derivados de tan revolucionario sistema de gobierno. Tanto unos como otras requerían estar informado plenamente de los asuntos de Estado de forma que cada ciudadano disponía de una opinión contrastada y veraz sobre ellos. Es evidente que esa opinión informada es clave para que el sistema democrático funcione; ¿de que sirve la democracia si está basada en opiniones desinformadas o manipuladas? Pues ese fué precisamente el resquicio que las élites privilegiadas utilizaron para continuar ejerciendo su poder social mediante métodos formalmente democráticos con posterioridad a la Revolución francesa: la manipulación y el control de la información de las clases populares. Tampoco es que eso fuera algo muy difícil: las clases sociales inferiores eran, por circunstancias concurrentes, las que menos acceso a la cultura, el conocimiento y la ciencia habían tenido históricamente: se trataba, simplemente, de mantener ese alejamiento por parte de las nuevas castas de privilegiados; cambiaron las clases en la cúpula, pero se mantuvieron las diferencias sociales y, sobre todo, los nuevos privilegiados -la burguesía- continuaron siendo una minoría que utilizaba a las clases inferiores en su propio beneficio, explotándolas sin miramientos. La trilogía revolucionaria: Libertad, Igualdad y Fraternidad quedó pronto reducida a una mera letanía formal, mayormente vacía de contenido, al igual que los principios igualitarios del cristianismo original.

Y así llegamos -aquí y ahora- a esta supuesta democracia en la que, una clase a la que han hecho creer que es media (en realidad es la clase trabajadora y asalariada) vota a favor de medidas que favorecen a las clases privilegiadas (terratenientes, rentistas y grandes capitalistas)  y en contra de sus propios intereses. Los once principios de la propaganda atribuídos a Goebbels son tan sólo la enumeración formal de los procedimientos prácticos para lograrlo mediante la propaganda y la desinformación; la forma más depurada de evitar la lucha de clases.

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