miércoles, 6 de enero de 2021

El autobús de Valencia

Sí, como es normal -a poco que la vide dure- yo también he fungido de niño ilusionado -engañado, más bien- esperando regalos al amanecer del día 6 de Enero, como de proveedor de sus reales majestades para quien me tocó, a mi vez, engañar más tarde. En lo primero era todo nervios concentrados en una sola noche -por entonces Papá Noel  aún no disponía de trineo todo terreno y no acostumbraba a visitar los países del sur, donde seguramente los patines no funcionaban bien sobre adoquines- y aún recuerdo mi desconcertada emoción al comprobar que los reyes magos, ignorando lo solicitado en mi carta peticionaria, me solían traer regalos sorpresa, es decir, cosas que yo no había pedido. En este apartado, aún veo un autobús de buen tamaño -en relación a mi cuerpo de entonces- que enseguida bauticé como autobús de Valencia, seguramente porque Valencia era entonces para mí tan remota e innacesible como Nueva Zelanda; tenía el tal autobús de larga distancia un motorcillo de cuerda con autonomía suficiente como para cruzar el comedor -se suponía que Valencia estaba al otro extremo- y que, como máximo refinamiento técnico, disponía de una palaquita que lo colocaba en modo retroceso, es decir, que avanzaba marcha atrás, lo que yo sólo utilizaba, como es lógico, una vez que el autobús había llegado a su destino, para aparcar y descargar a los viajeros que, por cierto, eran invisibles. Era -creo recordar- rechoncho y de color amarillo o crema en el chasis y techado de color negro; no recuerdo que dispusiera de ningún tipo de dirección -por supuesto, sin control remoto- y como izquierdeaba había que situarlo un poco a la derecha de la dirección pretendida para acertar con el destino. En otro apartado, en el de los regalos no solicitados pero que tampoco eran sorpresa, estaban los procedentes de la empresa donde trabajaba mi padre, Metro de Madrid -era costumbre que los reyes magos te dejaran regalos repartidos en domicilios de familiares o en sitios donde sabían de tu existencia, en vez de concentrarlos todos en tu propio domicilio que parece lo más racional desde el punto de vista logístico- donde los reyes magos se ve que habían agotado su imaginación pese a ser magos y, año tras año, me regalaban una caja -idéntica a la del año anterior-  con Juegos Reunidos, de los cuales me llegué a hacer con cuatro o cinco, intentando hallar alguna diferencia entre ellas. Respecto a los regalos recepcionados en domicilios de familiares y con destino a mí -supongo que indicarían el destinatario en el envoltorio- también recuerdo un mecano evidentemente usado -muy probablemente procedente de una donación de niños ricos- que, a base de distintos elementos, permitía montar varios coches de aspecto de haiga de los años cuarenta o cincuenta y que me tenía bastante entretenido intentando lograr el máximo monstruo a base de piezas dispares, como el niño terrible que mezclaba cabezas de muñeca y patas de araña en Toy Story, pero limitándome al  mundo automovilístico. Lo de ser obsequiado con juguetes usados yo tampoco lo veía como discriminatorio  o simplemente raro: sólo cotejaba mis regalos con los de otros niños en similares condiciones a las mías; y a éste respecto mi padre siempre me recordaba  que a él los reyes magos le solían traer aceitunas gordas, nueces o castañas, sorprendentes manjares, al parecer, en un pueblo de la meseta castellana; vamos, que yo era un privilegiado conductor de autobús.

Que, no sé porqué, de repente -¡lo que son las sinapsis!- he recordado el autobús de Valencia y lo he asimilado a la situación política actual del país:  ciudadanos tratados como niños -o sea, engañados- con un gobierno supuestamente de izquierdas pero que derechea a la mínima oportunidad -al contrario que mi autobús- compliendo con su obligada parte en la agenda setting y al que, por tanto, habría que orientar bastante a la izquierda de la Valencia a la que se pretenda llegar; y no he querido seguir estableciendo posibles paralelismos con la palanca de marcha atrás. Los pasajeros, sin embargo, son inquietantemente igual de transparentes.

2 comentarios :

  1. Me lo he pasado muy bien con tu última columna. Parecía que describías mis "Reyes Magos" en cuanto a tipo de regalos y a su dispersión por distintas casas. Por cierto, a mí un año me regalaron un camión muy grande, o yo era muy pequeño, porque cabía en su caja. Llevaba en sus laterales un rótulo (escrito con pintura por mi padre) que ponía: "Tranportes Carlitos"). No sabes como me gustaba ese camión. El día de Reyes siempre fue para mi el mejor día del año.

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  2. ...gracias por comentar; lo del tamaño es curioso pero natural: cuestión de escala; de pequeño todo parecía más grande, calles, edificios, personas, juguetes. Y lo de rotular tu nombre en un camión -aunque sea de juguete- es de las cosas que quedan en el debe...

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