martes, 11 de octubre de 2022

Regeneracionismo hoy

El dolor de España no es algo nuevo; tras el parto imperial en los siglos XV y XVI, la cuarentena del penoso postparto duró los cuatro siguientes, hasta principios del siglo XX. Si durante el parto se produjo una Edad de Oro en las artes -en la literatura, concretamente- se denomina igualmente Edad de Plata a la surgida tras el postparto; si ya Quevedo expresaba su patriótica pesadumbre en la primera -miré los muros de la patria mía- igualmente lo hacían los regeneracionistas de la segunda. Y los abortados intentos de dos Repúblicas ha supuesto que ese regeneracionismo del siglo XX se haya prolongado en unos dolorosos puntos suspensivos hasta el día de hoy, un siglo después.

Por ello son tan adecuadas y actuales las reflexiones relativas al regeneracionismo de Manuel Azaña, procedentes de la época previa al segundo intento republicano:

La generación del 98 se liberó, es lo normal, aplicándose a trabajar en el menester a que su vocación la destinaba. Innovó, transformó los valores literarios. Esa es su obra. Todo lo demás está lo mismo que ella se lo encontró. Su posición crítica, que no tenía mucha consistencia, no ha prosperado. ¿Qué cosas, de las que hacían rechinar los dientes a los jóvenes iconoclastas del 98 no se mantienen todavía en pie, y más robustas si cabeque hace treinta años? En el orden político, lo equi valente a la obra de la generación literaria del 98, está por empezar. El único de aquel grupo que, saliéndose de las letras puras, se ha planteado un problema radical (no el de ser español o no serlo, ni el de cómo se ha de ser español, sino el de ser o no ser HOMBRE) es Unamuno

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Los teóricos de la regeneración española compilaron cuanto se sabía de los males de la Patria: el hombre y el suelo, las leyes y sus órganos, el Estado y sus servicios; todo fué descrito en su apariencia sensible, catalogado, cogido en falta; se comprobó que en España nada permanecía entero; quedaban restos. La descripción es cabal; en el museo de las ruinas no falta ni una pieza. Y a fuerza de pasearse entre escombros, se apoderó de esos hombres no sé qué pasión de naturalistas arqueólogos.

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Costa era el hombre de las fórmulas absolutas, de las conminaciones urgentes; medía por segundos el tiempo de la nación. Hablaba a gritos, como quien habla a sordos. Que unas verdades palmarias, correspondientes en el orden político a necesidades asaz modestas, recluyesen a su propagandista en la esfera de los rebeldes y lo empujasen poco a poco, robándole serenidad, a la vocación de mártir, no debe achacarse sólo a la apatía de sus auditorios, tan fáciles para el aplauso como lentos para la acción, sino a la densidad del realismo del propio Costa, que por huir de "ideologías", arrancó a su sistema de la atmósfera respirable, blanda y comunicante de las abstracciones.

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Giner ha mostrado que el Derecho "no constituye una esfera menos interna, menos ética, más accesible a la coacción que la esfera de la Moralidad; que, en última instancia, toda la garantía del derecho, y por tanto del Estado, como en general de la sociedad, descansa en fuerzas meramente espirituales y éticas, en la recta voluntad de las personas, en la interior disposición de ánimo...No se cura con una ley un estado social enfermo: los males nacidos de torcimientos o deficiencias de la voluntad, sólo se remedian sanando o educando la voluntad." A formar la conciencia de los ciudadanos debía encaminarse el tratamiento médico; la operación quirúrgica, el bisturí, no ataca la causa de la enfermedad ni pretende, por tanto, curarla; ataca nada más al síntoma. (Manuel Azaña - ¡Todavía el 98! , en Plumas y palabras)

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La inteligencia activa y crítica, presidiendo en la acción política, rajando y cortando a su antojo en ese mundo, es la señal de nuestra libertad de hombres, la ejecutoria de nuestro espíritu racional. Un pueblo en marcha, gobernado con buen discurso, se me representa de este modo: una herencia histórica corregida por la razón. ¿Qué política puede contentar a la variedad de caracteres, si tomáramos por guía el carácter, sea para adularlo o para reformarlo? Yo soy demócrata violento; es decir, que reconozco el derecho (el ajeno y el mío), y soy inflexible dentro de los límites de mi derecho. ¿Con quien he de juntarme? ¿Con los violentos de la otra banda, o con los demócratas, aunque sean mansos? Naturalmente, con los demócratas; una idea nos liga; en tanto que, sumándome a los de carácter afin, pero de ideas contrarias, no podríamos dar a nuestra violencia un empleo común. (Manuel Azaña - La inteligencia y el carácter en la acción política, en Plumas y palabras).

Claro que no sé si éstas reflexiones estarán a la altura -por elevadas- de los actuales dirigentes políticos de éste país, un siglo después de ser escritas. Que a bastantes de los intelectuales y estadistas contemporáneos parece que les dieron los créditos para serlo en una tómbola.

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