viernes, 23 de diciembre de 2022

Navideñismo

Soy poco navideño; quiero decir que soy poco inclinado a festejar el hecho de ser lo suficientemente hipócrita para creer que ser bueno con nuestros semejantes un par de días -Nochebuena y Navidad- nos da patente de corso para ser malo con esos mismos semejantes el resto de días del año; el ejemplo perfecto de navideñismo pueden ser esas anécdotas transcurridas durante la Primera Guerra Mundial -o en cualquier otra guerra- en las cuales soldados franceses y alemanes, repentinamente imbuídos de espíritu navideño, decidían confraternizar con los vecinos de la trinchera enemiga y reunirse en tierra de nadie para cantar villancicos -cada uno en su idioma, es de suponer- para volver con posterioridad a masacrarse mutuamente a tiempo completo y con resuelta dedicación.
 
Pero ¿a quien no le gusta caer en la trampa de Qué bello es vivir (It's a Wonderful Life) de Frank Capra -película navideña donde las haya, inspirada en el Cuento de Navidad de Charles Dickens- y llorar a moco tendido con las desgracias ocurridas al protagonista -un apropiadísimo James Stewart- hasta ser salvado finalmente del desastre por un ángel meritorio enviado por la divinidad, nada menos? (o sea, ¿a quien no le va a gustar un baptisterio paleocristiano romano del siglo I después de Cristo? que, aunque sea paleo, es cristiano, como Dios manda). 
Y a la espera de la próxima ración de buenismo: el discurso del rey.

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