Las palabras no son ni inocentes ni impunes, por eso hay que tener
muchísimo cuidado con ellas, porque si no las respetamos, no nos
respetamos a nosotros mismos, aconsejaba José
Saramago; efectivamente, con sólo conocer el sentido de las palabras y su evolución en su acomodación a una realidad cambiante, podemos descubrir mucho de la propia evolución de los humanos que las usan y de su interior en ese proceso. Excelente, sobre ésto, el artículo de Javier de Lucas, ¿Abatir?. Abatir, ya había sido una palabra que me ví obligado a consultar en el diccionario por ver si estaba admitida para describir el hecho de matar a una persona, y sí, efectivamente lo está (en la cuarta de las acepciones de la RAE): hacer caer sin vida a una persona o animal (sólo a partir de la vigésimotercera edición del Diccionario de la Real Academia Española, antes se admitía sólo metafóricamente, como también nos informa Javier de Lucas en su artículo); yo seguía creyendo que sólo se abatían, en éste sentido, los animales cazados.
La deshumanización y cosificación del enemigo en cualquier enfrentamiento o guerra no es nada nuevo, es cierto, y si el ejemplo paradigmático es el del régimen nazi respecto a los judíos intentando privarles, antes que nada, de su humanidad al describirles como untermensch (infrahumanos), ya antes de los nazis, la propaganda de guerra -desde que se tiene constancia histórica, pero sistemáticamente y potenciada por los medios de comunicación, a partir de la primera Guerra Mundial- describía al enemigo -a todos y cada uno- como un ser sin moral, sin conciencia, bárbaro, violento y dominador por naturaleza, candidato a ser eliminado -otro eufemismo, como retirado, en Blade Runner- sin contemplaciones ni remordimientos; a la vez, se describía al propio país, al propio bando, como garante de paz y justicia, que sólo combatía por haberse visto obligado a ello por un enemigo irracional y salvaje (¿de qué me sonará todo ésto?). El evidente peligro de la escalada de violencia a que conducen todas las guerras es que, al proponer respuestas supuestamente proporcionales ante un enemigo bárbaro, se acaba siendo tanto o más bárbaro que él para poder vencer; es decir, si para para lograr vencer a los actuales terroristas los medios que se nos proponen se basan en ignorar las propias normas y leyes, acabaremos todos -si no lo estamos ya- bajo el control de gobiernos y Estados practicantes de un terrorismo de facto -sin necesidad de declarar públicamente métodos, medios o intenciones- y respetando una sola ley: la de la selva. A aplicar no sólo a los terroristas, también, por extensión y comodidad del poder, a todos nosotros.
La incapacidad colectiva para hacer efectivos nuestros supuestos valores y, por contra, aceptar implícitamente los de los terroristas -otra señal más del declive del mundo occidental- sí que me ha dejado abatido.