lunes, 27 de febrero de 2012

Ná es etenno

Cuando en 1989 cayó el muro de Berlín, muchos no entendimos el gesto ausente y la sonrisa triste común en trabajadores de una cierta edad; lo atribuimos a la nostalgia de tiempos pasados, a la idealización de un sistema socialista que, finalmente, se había mostrado incapaz de responder a las necesidades de individuos que vivían en el primer mundo y en el siglo XX: el capitalismo y la sociedad habían llegado en occidente a un punto de entendimiento definitivo mediante el reparto de los beneficios entre uno y otra con la creación del estado del bienestar, el modelo socio-económico con futuro, el modelo posible.
Lo que no entendíamos ni esos trabajadores nos explicaban -seguramente por cansancio- era su sospecha cierta de que al dejar de existir un contrapoder, una alternativa al capitalismo absoluto, un nuevo retroceso para los intereses de la mayoría de la Humanidad sería el resultado seguro del nuevo reparto el poder en el mundo. En poco más de veinte años, el peso de ese péndulo histórico ha desmontado conquistas sociales que costaron muchos esfuerzos, padecimientos y muertes. Ha resultado que el histórico acuerdo entre el capitalismo y la sociedad era puramente coyuntural: una lección que aquellos que contemplaron con escepticismo la caída del muro comprendieron que sólo podía entenderse si se aprendía en carne propia, como el dolor y muchas otras experiencias humanas. De ahí su gesto de tristeza, cansancio y abandono ante el eterno retorno.  

Luna que brillas los mares, los mares oscuros, ¡ay, Luna!, ¿tu no estás cansá de girar al mismo mundo? cantaba Camarón.

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