Han transcurrido pocos meses desde que el señor Rajoy prometiera devolver la felicidad a los españoles. Todo apunta a que está trabajando en ello como decía con acento pseudo-texano el ex-presidente Aznar, y para conseguirlo, nos va enterando por su boca -aunque a veces indirectamente- de que muy probablemente gocemos de una huelga general, que el paro seguirá creciendo, que la situación del mercado laboral y de las cuentas del Estado es crítica, que se prevé un crecimiento negativo -aunque puede que finalmente sea un decrecimiento positivo- de nuestra economía y de que él, personalmente, vive en el lío -que no se sabe si lo disfruta o lo padece-; vamos, que no sabemos donde mirar para no reírnos y desbordar nuestra felicidad.
Va a tener razón Oscar Wilde cuando decía que nada envejece tanto como la felicidad. Y tan deprisa, podríamos añadir. Aunque para la situación actual, estoy más con Freud, que creía que existen dos maneras de ser feliz en esta vida: una es hacerse el idiota y la otra serlo; no creo que nuestros gobernantes estén muy interesados en saber a cual de las dos categorías pertenecemos. Y así todos contentos, si no felices.
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