Así pues, sigue siendo doctrina vigente entre los partidos políticos de éste país -no sólo en los clásicos, los que conforman el bipartidismo, si no también en los nuevos, en mayor o menor medida- que hay que ganar el centro para llegar al poder.
Veamos; para el PSOE de Sánchez la resistencia a un gobierno con Unidas Podemos -para una solución que hubiera sido inmediata en cualquier democracia avanzada, aquí han transcurrido ya más de dos meses mareando la perdiz sin llegar a nada- es producto de no querer parecer demasiado izquierdista porque entiende que sería mucho más ventajoso para él -para los intereses y la estabilidad del país, según el pretexto habitualmente aducido- un acuerdo con Ciudadanos (57 diputados y 4,1 millones de votos) que uno con Unidas Podemos (42 diputados y 3,1 millones de votos pero, sobre todo porque le permitiría la ocupación del centro social; ¿porqué esto no acaba de concretarse? pues, sencillamente porque Rivera (Ciudadanos) aspira justamente a ocupar ese mismo centro con la ayuda subsidiaria de un espectral PP y de un vocinglero Vox, con el que oficialmente no se habla, sólo toma café (y con el que entre café y café negocia, aunque no lo reconozca).
Por su parte, la formación que finalmente resulte -si resulta- del desgajamiento de Unidas Podemos por la derecha, es decir, eso que ya ha comenzado a denominarse Más País -imagino que no debido a que El País sea el medio que más lo promociona- pero que, puestos a ocupar la centralidad transversalmente, puede acabar llamándose Más España, juega a hacerse más imprescindible -y a la vez más asequible- para el PSOE que Unidas Podemos, a la vez que garantiza -para quienes han promovido ese desgajamiento a fin de intentar recuperar un bipartidismo como Dios manda- un debilitamiento de la izquierda real en éste país que obligará, como mucho, a admitir -como siempre- una izquierda puramente nominal: el PSOE.
Al parecer nadie -los politólogos adscritos a cada partido, los que menos- ha advertido que el centro social ya no existe o no, al menos, como ellos lo imaginan: dado que cada vez hay más ricos y, simultáneamente, más pobres, la clase media está en trance de desaparición acelerada. Se me ocurre un test rápido para demostrarlo: ¿cuantas parejas jóvenes pueden acceder a comprase un piso?; pongamos a un lado los que sí y a otro lado los que no; ¿qué queda entre ambos?: la clase media; es decir, los que pronto ya no podrán comprar una vivienda ni hipotecándose de por vida.
Claro que hay quien considerándose clase media (también trabajadores en precario y lumpen) vota a VoX, pero eso no contradice mi afirmación de que el centro social ya no existe como clase estructural de la sociedad, simplemente demuestra que la cultura política -y la cultura, a secas- de la ciudadanía media del país es lamentablemente desastrosa; poco antes de las elecciones generales del pasado mes de Abril ví en televisión una entrevista en la que un pescadero en un mercado aseguraba que pensaba votar a Vox para probar (como el que prueba una silla o un colchón). Ya he dicho en alguna ocasión que el peligro real para la Humanidad no son los malos, son los tontos (que son permanentemente promovidos, regenerados y perpetuados, mediante una extensa variedad de recursos, por los ricos que, generalmente, tampoco son muy buenos). Lo reitero, pero no creo que sea suficiente nunca. Como es constatable el hecho de que la clase media ya no es necesaria para guardar las apariencias humanistas del capitalismo desde, al menos, la caída del muro de Berlín; todo estaría mucho más claro para todos si la propia clase media -lo que quede- fuera consciente de ello.
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