Intentamos disimular el ridículo espantoso de un candidato a la presidencia del gobierno de España que se presenta en el hemiciclo del Congreso de los Diputados no con los necesarios acuerdos previos para conseguir los votos que aseguren su mayoría -como debería- sino con un plan de fondo muy parecido a un a ver que sale si les asusto lo suficiente a todos; intentamos, ya digo, marear la perdiz con palabras como relato, posverdad -y otros alambicados conceptos de mucha prosopopeya y escaso contenido- pero no creo que se haya conseguido, creo estos relatos ni siquiera han servido para distraernos con el cómo de lo accesorio y todos hemos reparado, finalmente, en que ni por un momento hemos podido atisbar el fundamental qué de una solución para la gobernabilidad del país (es inimaginable que ese fuera el Plan A de Pedro Sánchez, si sale con barba San Antón y si no la Purísima Concepción, sin plan alternativo). El relato real es, sencillamente, que los que más se declaran por la estabilidad y la constitucionalidad son los que más lejos están de procurar la primera y hacer que se cumpla lo segundo.
En resumen, aunque Valle Inclán usó con maestría su fundamento teórico, ese que hace declamar a su personaje Max Estrella en Luces de Bohemia: El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con
una estética sistemáticamente deformada, el mérito último del advenimiento del esperpento como género literario reside en la propia y peculiar idiosincrasia de éste país: no se me ocurre ningún otro -quizá Italia, pero le faltaría el adecuado dramatismo de fondo- que pueda atribuírse ser en sí mismo un gigantesco y perpetuo esperpento, y con una clase política que, constituyendo su quintaesencia es, además, la mejor garantía de su continuidad mediante una continua práctica ejemplificadora; en definitiva, el mejor ambiente para lograr que la ciudadanía confunda políticos con política y abandone toda esperanza de que vota para elegir representantes que defiendan sus intereses, de que la democracia ayudará a resolver sus problemas y para que, llegados a ese punto de generalizada renuncia y abandono social, sigan mandando y organizándonos la vida los que se han preparado concienzudamente para ello. Como Dios manda (y parece que siempre ha mandado).
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