viernes, 5 de julio de 2019

¡Borregos!

Tengo la escena vívidamente grabada en la memoria; veo incluso el color de los grandes números que en la estación de Metro de Cuatro Caminos identificaban la bifurcación de las Líneas 1 y 2; un poco más allá estaba la salida a la calle Santa Engracia por la que yo salía al exterior y allí, precisamente, custodiando su cartón de vino tinto, medio sentado, medio recostado, se encontraba aquél paria de la Tierra que calculaba exactamente el momento en que la primera fila del pelotón abordaba el comienzo de la escalera de salida para espetarnos a todos, con una voz aguardentosa, pero potente y solemne: ¡¡BORREGOS!! Alguno -inhabitual en aquél momento y lugar- le miraba con rencor, la mayoría de los habituales -la representación era para mí casi diaria, no sé si el paria repetía la función con cada descarga de viajeros- aparentábamos ignorarle, pero seguramente la mayoría en nuestro interior le dábamos la razón: nada más parecido a un rebaño que aquél grupo constituído por personas que acudían al trabajo en perfecta -y apresurada- formación; en todo caso no ví nunca a nadie responder a esa interpelación inicial, que posteriormente complementaba con unas pastosas -el vino- pero sorprendentemente rápidas reflexiones sobre nuestra propensión al gregarismo y al  trabajo; aquél paria nos recordaba de forma clara e inmisericorde -sólo los borrachos y los niños dicen la verdad- que todos nosotros, pese a las apariencias, fundamentalmente sólo nos diferenciábamos de él en que nos sentíamos obligados a trabajar (asumiendo las consecuencias derivadas de ello). Y con éstas reflexiones en mente llegaba yo a mi lugar de trabajo, arrebañándome -de nuevo- con los que entraban conmigo a lo mismo.
Seguramente hayan pasado treinta o más años de esta escena; a día de hoy, además de la obligación de trabajar seguramente los integrantes del actual rebaño se sientan afortunados de tener un trabajo: no sólo hemos sido engañados, es que  hemos interiorizado a fondo la creencia de que el trabajo es necesario: la única opción. Hasta tal punto que hay quien trabaja sin ninguna remuneración a cambio; sí, gratis, y no hablo sólo de los becarios.
El que hoy ocupe la plaza de aquél paria, consecuentemente,  es muy posible que haya subido algún grado su nivel de desprecio y grite un genérico ¡¡GILIPOLLAS!! o bien, si posee alguna titulación académica en Ciencias Políticas o Sociales, algo más científico, tal como ¡¡DESCLASADOS!!, porque sí, lamentablemente y en contra de lo que pretende hacernos creer -además- esta neoliberalidad acosadora, sigue habiendo clases; dos, al menos: los ricos y los pobres. Y, pese a lo que asegura la propaganda, los ricos no trabajan, sólo se hacen más ricos con la precariedad de los trabajadores o con la angustia de los que aspiran a serlo.

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