miércoles, 11 de julio de 2018

Frankenstein

Si no lo entendí mal, el sistema de ultimísima generación, ERTMS, (el correspondiente al AVE) que pudo evitar la catástrofe ferroviaria en Santiago en Julio de 2013 no estaba operativo ni en la curva de Angrois donde se produjo el accidente, ni tampoco en otros tramos de la línea de alta velocidad Orense-Santiago; el anterior sistema de seguridad disponible (ASFA) no está diseñado para ser lo suficientemente ejecutivo y radical como para poder suplantar al conductor en casos de riesgo extremo y a determinada velocidad. Hay que deducir, por tanto, que quienes configuraron la operatividad de esa línea admitieron que la seguridad de un tren de última generación -del que se presumía a nivel internacional, seguramente como modo de promocionar la marca España- residía finalmente y por completo en un ser humano que -como tal-  es evidente que puede sufrir en un determinado momento -además de un despiste- cualquier accidente que lo incapacite (un ataque al corazón o a cualquier otro de sus órganos esenciales, incluído su cerebro, por ejemplo). Por tanto, parece totalmente hipócrita concluir de todo ello  -que es lo que han hecho sin ningún pudor tanto ADIF como RENFE- que la responsabilidad es total y absolutamente del propio conductor, excusando la propia (y fundamental).
A nivel profundo, existen tantas similitudes entre éste accidente y el del Yak-42 que parece inevitable concluir que, en realidad, la responsabilidad es, en último término, del propio Estado, un Estado permeado hasta grados insospechados de una corrupción -propiciada por los grandes intereses económicos y traducido a nivel político- a todos los niveles, comenzando por la propia Justicia que habría de ser la garante última de los derechos de la ciudadanía.
Y, por cierto, tampoco la palabra accidente (suceso imprevisto que altera la marcha normal o prevista de las cosas, especialmente el que causa daños a una persona o cosa) parece que sea la adecuada para referirnos a ninguno de ellos: imprevistos no fueron y menos aún para quienes debían haber velado y poner los medios, precisamente, para haberlos  evitado; en éste caso todas las luces de colores del panel de control de la cabina de mando del AVE eran sólo atrezzo bajo el que no había realmente más que un monstruo: Frankenstein 04155. Y eso lo sabían perfectamente todos los responsables de su diseño y puesta en funcionamiento.

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