Unamuno escribía sobre el país, el paisaje y el paisanaje españoles en los años treinta del siglo pasado y en términos poco laudatorios resumiéndolo en una frase (¡qué país, qué paisaje y qué paisanaje!). A día de hoy podemos decir que en España quedan pocos paisanos y/o ciudadanos: todos nos hemos -nos han- convertido en clientes, usuarios, consumidores o targets para un mercado de determinados productos. Del paisaje, qué decir, salvo que sobrevive solo allí donde no ha llegado la marea negra de la especulación inmobiliaria. Y finalmente, que el país como tal, es decir la nación española a que se refiere la vigente Constitución de 1978 no existe, y no por las discrepancias de los nacionalismos periféricos, si no porque -también aquí- los mercados marcan la pauta: lo que al parecer interesa ahora sobre todo es la marca España. Tan es así que se ha creado un nuevo cargo -parece que los existentes no eran suficientes a este fin- el Alto Comisionado para la Marca España, que pasa así de empalagoso concepto a entidad ministerial en un Ministerio cuyo titular -el señor García Margallo, de Asuntos Exteriores- habla a menudo tanto o más de economía que los de Hacienda, Economía y Competitividad, de tal manera que parece que dirige el Ministerio de la Exportación. El recién nombrado defensor de la marca, el señor Espinosa de los Monteros -ilustres apellidos adecuados a tan alta comisión- ha comenzado por declararar que pondrá en valor las grandes cualidades del país, es decir, de la Marca; no es descartable que, de forma concurrente, en alguno de los Ministerios económicos, se cree un Alto Comisionado de las Puestas en Valor, para coordinar esfuerzos. Entretanto, y aprovechando la oportunidad que nos brinda el tener un himno nacional sin letra oficial, podríamos encargar a alguna firma de publicidad un nuevo Himno para la Marca, interpretado por David Bisbal, por ejemplo.
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