Con el precedente cercano -aunque parece lejanísimo debido al cúmulo de acontecimientos desde entonces- del presidente Rodríguez Zapatero en Mayo de 2010, ayer, el actual presidente del gobierno desgranó su particular via crucis a aplicar a la ciudadanía española. Quiero decir que, en ambos casos, al ser las medidas propuestas la antítesis de lo prometido en sendas campañas electorales, debería haber sido obligada la renuncia al cargo de ambos presidentes en una tesitura que denota claramente la falsedad de las promesas electorales o - si queremos pensar bien, a pesar de todo- un cambio radical en las circunstancias económicas. Es imposible que este país pueda sobrevivir democráticamente cuando un presidente de gobierno está habilitado para llevar adelante una política o exactamente la contraria en base a los votos de ciudadanos de los que no hay constancia que cambien de opinión a la par que sus gobernantes. Lo democrático sería que éstos, constatado el cambio de escenario -ya digo, si queremos pensar bien- dejaran el cargo y sus responsabilidades planteando a los ciudadanos sus motivos y convocando nuevas elecciones; lo contrario será la constatación -una más- de que vivimos en una democracia puramente nominal.
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