En
1724, Felipe V abdicó la corona de España en su hijo primogénito que
reinó en España como Luis I; el reinado de éste fue breve, como su vida,
a los ocho meses de su reinado y 18 años de vida murió de viruela. Las
causas de abdicación de Felipe V no están claras; pudo deberse a cálculo
político -esperaba heredar la corona de Francia, lo cual no era
compatible con ser rey de España- o bien, más probablemente, a sus
condiciones anímicas (era ciclotímico y maníaco-depresivo) y a una progresiva inestabilidad mental (se negaba a cortarse las uñas de los pies hasta
que apenas podía caminar, dormía de día y reunía a la corte de
madrugada. Tampoco quería cambiarse de ropa porque tenía miedo a ser
envenenado a través de ella, no se dejaba asear y sufría delirios; en
otras ocasiones, creía ser ser una rana y como tal
se comportaba en palacio: croaba y brincaba por las estancias de La
Granja negando su condición humana, pues estaba seguro de que carecía de
brazos y piernas). Naturalmente, una abdicación no puede ser
retroactiva, y, en consecuencia, debería haber sido nombrado rey -de
acuerdo a la Ley de Sucesión Fundamental, promulgada por él
mismo, su hijo Fernando (de su primera esposa, María Luisa Gabriela de
Saboya), hermano menor de Luis I -muerto sin descendencia- y primero en
la línea sucesoria; sin embargo, la segunda esposa de Felipe V, la
reina Isabel de Farnesio -de la que se asegura que era realmente la que
gobernaba, incluso durante el breve reinado de Luis I- consiguió que el
Consejo de Castilla pidiera a Felipe V que volviera al trono; una
semana después de la muerte de Luis, Felipe V recuperaba la corona de
España y su hijo Fernando era proclamado nuevo Príncipe de Asturias.
Fernando finalmente fué proclamado rey a la muerte de su padre en 1746 como Fernando VI. Doce años después, en 1758, la muerte de su esposa, Bárbara de Braganza, le sumió en la locura; también padecía crisis epilépticas y probablemente era bipolar, lo que le llevó a intentar suicidarse varias veces. Complicaciones infecciosas y la desnutrición derivada de su estado anímico -delgado y pálido, fingía estar ya muerto- hiceron que realmente muriera sólo un año después, en 1759. Al no haber tenido descendencia propia, fue sucedido por su medio hermano, Carlos III, también hijo de Felipe V y de su segunda esposa, Isabel de Farnesio.
Carlos
III (que hasta 1759 había sido Carlos VII como rey de Nápoles y Carlos V
como rey de Sicilia) acabó, pues, siendo rey de España por la muerte
sin descendencia de sus medio hermanos Luis I y Fernando VI, ambos hijos
de la primera esposa de Felipe V. Carlos III, a su vez, tuvo trece
hijos con su esposa María Amalia de Sajonia, el sexto fué el primer hijo
varón (tras cinco hijas); pasada la alegría inicial pronto se hizo
evidente su anormalidad: padecía ataques epilépticos y retraso mental -una gran pesadez de cabeza,
en palabras de un prudente observador cercano- Por ese motivo fué
excluído de la linea sucesoria que recayó en el siguiente hijo de Carlos
III, Carlos Antonio Pascual Francisco Javier Juan Nepomuceno José Januario Serafín Diego,
(futuro Carlos IV), jurado como Príncipe de Asturias en 1760; al
parecer, Carlos III tampoco estaba entusiasmado con sus capacidades.
Seis
meses después de haber accedido al trono por la muerte de su padre,
Carlos IV convocó en 1789 las Cortes para que éstas juraran como
heredero al trono y príncipe de Asturias a su hijo Fernando que entonces
contaba con cinco años de edad; era el noveno de los 14 hijos que tuvo
Carlos IV con su esposa -y prima- María Luisa de Borbón-Parma (aunque
antes de morir en 1819, Fray Juan de Almaraz, el confesor de la reina,
recogió de ella por escrito la confesión de que ninguno, ninguno de sus hijos e hijas, ninguno era del legitimo
matrimonio, lo declaraba para descanso de su alma y que el Señor le
perdonase; la conducta posterior de Isabel II cuenta con notorios precedentes). También, en las Cortes de 1789, Carlos IV hizo aprobar una disposición para derogar la Ley de Sucesión Fundamental
establecida por Felipe V y volver a las normas de sucesión establecidas
tradicionalmente para la Corona de Castilla por el código de las
Partidas (Partida Segunda) de Alfonso X; sin embargo, por motivos de
política internacional, esa Pragmática Sanción no llegó a ser publicada ni, por tanto, tuvo vigencia en aquellas fechas.
Fernando (Fernando, María, Francisco de Paula, Domingo, Vicente Ferrer, Antonio, Joseph, Joachîn, Pascual, Diego, Juan Nepomuceno, Genaro, Francisco, Francisco Xavier, Rafael, Miguel, Gabriel, Calixto, Cayetano, Fausto, Luis, Ramón, Gregorio, Lorenzo y Gerónimo), príncipe de Asturias, con prisas por ser rey ya de joven, urdió en 1807 -cuando contaba 22 años- una conspiración para derrocar a su padre que fué descubierta y dió lugar al denominado proceso de El Escorial; con la experiencia adquirida lo intentó de nuevo el año siguiente mediante el motín de Aranjuez, que fué más efectivo, ya que simultáneamente eliminó políticamente tanto a Godoy (el primer Generalísimo de España), valido de Carlos IV, como al propio Carlos IV, obligado a abdicar. Este primer reinado de Fernando VII le duró apenas tres meses (Marzo-Mayo de 1808); Napoleón tenía otros planes respecto a los Borbones, tanto los de la rama napolitana como los de la española; en Mayo de 1808 y mediante una mezcla de presión y engaños, Napoleón consiguió que Fernando VII devolviera la corona a su padre y que éste renunciara a ella en favor del propio Napoleón (abdicaciones de Bayona), que ya tenía su propia opción para ocupar el trono de España: su hermano José. Al finalizar la guerra de la Independencia, Fernando VII (al que la propaganda fernandina había convertido en El Deseado, aunque ya había acumulado los suficientes méritos para ganarse su otro apodo: rey Felón), volvió de la dorada semiprisión francesa -donde había pasado los seis años de la salvaje guerra de la Independencia cazando, organizando fiestas y paseando a caballo por los alrededores de Valençay- a España en 1814 para ser rey, de nuevo. De inmediato suprimió la Constitución de Cádiz de 1812 y reinstauró el absolutismo hasta 1820, en el que un golpe militar de inspiración liberal le obligó a aceptarla. Poco duró; en 1823, la familia Borbón (rama francesa; Luis XVIII) envió a España a los Cien mil hijos de San Luis, que permitió a la facción realista y a Fernando VII reimplantar el absolutismo hasta su muerte, en 1833. Esta última fase de su reinado, la denominada Década Ominosa, se caracterizó por una feroz represión política, aunque acompañada de una política económica de inspiración liberal, que impulsó la formación de un partido más realmente absolutista alrededor del hemano de Fernando, el infante Carlos María Isidro. A ello se unió el problema sucesorio, basado en la promulgación por Fernando VII en 1830 de la Pragmática Sanción (aquella que Carlos IV no publicó en 1789), que establece que las mujeres pueden reinar si no existen hermanos varones, motivo de la Primera Guerra Carlista (finalmente fueron tres), que estallaría a la muerte de Fernando con el ascenso al trono de su hija Isabel II, no reconocida como heredera por el infante Carlos (Carlos V, para la facción carlista).
Isabel II fué el fruto del matrimonio (el cuarto; no tuvo descendencia en los tres anteriores) de Fernando VII con su sobrina María Cristina de Borbón-Dos Sicilias y nació en 1830, tenía por tanto menos de tres años cuando falleció su padre; su madre ejerció de regente hasta 1840. María Cristina mostró ser una viuda consolable, ya que inció una discreta relación con Agustín Fernando Muñoz Sánchez, sargento de la Guardia de Corps, con el que se casó en secreto en 1833 y con el que tuvo cinco hijos durante la Regencia (posteriormente tuvieron tres más; admirable y duradera fogosidad); como oficialmente no podía estar embarazada al ser viuda y regente, se retiraba largas temporadas en el palacio de Vista Alegre; los hijos eran trasladados recién nacidos a París, donde eran atendidos por personal de confianza que guardaba lógicamente el secreto de sus orígenes: en éste caso los niños no venían sino que iban a París. En 1840, el general Espartero se sublevó e hizo que expulsaran (por primera vez) de España a María Cristina; simultáneamente se hizo público su matrimonio con Fernando Muñoz, aunque ya entonces era un secreto a voces. En 1842, y producto de otra sublevación militar (O'Donell, Narváez y Prim) se declara mayor de edad a Isabel II pese a contar con tan sólo 13 años, y presta juramento como reina ese mismo año; como consecuencia, la primera guerra carlista declarada durante la Regencia de Isabel II se recrudece. Y también se permite el regreso a España de su madre (y, de paso, que su esposo, Fernando Muñoz, sea nombrado duque de Riánsares y Grande de España). María Cristina aprovechó tan favorable coyuntura para proseguir -con el auxilio de su marido- dedicada a los negocios -se decía que no había proyecto industrial en el que la Reina madre no tuviera intereses- que incluían, entre otros, la minería, los ferrocarriles, la sal (en monopolio) y el comercio de esclavos; negocios en los que prosperaban gracias al uso de recursos públicos y al manejo de información privilegiada sin mucho disimulo y como comisionistas en intercambos comerciales (nada nuevo bajo el sol). En 1854, tras el golpe liberal de O’Donnell es nuevamente expulsada, saliendo hacia Portugal, posteriormente se trasladaría a Francia. En esta segunda expulsión perdió también la pensión vitalicia que le habían concedido las Cortes; nada que le preocupara excesivamente, dado el caudal acumulado derivado de sus negocios y que, por supuesto, no radicaba en España. Volvió puntual y esporádicamente a España, la última vez para asistir a la boda de su nieto, Alfonso XII.
Podemos asomarnos ya a la Corte de los Milagros de Valle Inclán: el reinado de Isabel II. Isabel tenía
un carácter temperamental y apasionado, al mismo tiempo
que mostraba una ardiente sensualidad probablemente heredada de su
madre, lo que es generalmente aceptado como una de las indudables
características de todos los integrantes de la Casa de Borbón en España
(otra es su querencia por el dinero). Tampoco es que supiera dedicar el
tiempo en actividades más trascendentes o elevadas ya que ni su madre ni
los distintos espadones que la utilizaron tomaron mucho interés en mejorar su formación al creer que así sería más facilmente manejable; a los diez años Isabel resultaba atrasada, apenas si sabía leer con
rapidez, la forma de su letra era la propia de las mujeres del pueblo,
de la aritmética apenas sólo sabía sumar siempre que los sumandos fueran
sencillos, su ortografía pésima. Odiaba la lectura, sus únicos
entretenimientos eran los juguetes y los perritos. Por haber estado
exclusivamente en manos de los camaristas ignoraba las reglas del buen
comer, su comportamiento en la mesa era deplorable, y todas esas
características, de algún modo, la acompañaron toda su vida, así es
descrita. No mejoraron sus cualidades intelectuales con la edad pero, al
parecer, las referidas bastaron para que fuera proclamada mayor de edad
-reina era desde los 3- con 14 años, en 1843. A partir de esa fecha se
convierte en cuestión de Estado -como forma de desactivar la causa
carlista- el matrimonio de Isabel II. Lo más eficiente hubiera sido su
matrimonio con el hijo del pretendiente carlista, Carlos Luis de Borbón y
Braganza, conde de Montemolín. Isabel II no aceptó -a instancias de la
facción liberal- y ello dió origen a la segunda guerra carlista, con el
conde de Montemolín como Carlos VI de pretendiente carlista al trono de
España. El matrimonio de Isabel se convirtió en cuestión internacional,
ya que distintos países maniobraban para que esa unión no desequilibrara
el complejo sistemas de alianzas en la Europa de la época. Eso condujo a
la solución neutra de buscar pretendiente dentro de España y el
gobierno no encontró mejor alternativa que casar a Isabel con su primo
Francisco de Asís de Borbón; Isabel contrajo matrimonio con él al
cumplir 16 años. Francisco de Asís era notoriamente homosexual y por
tanto el matrimonio fué meramente de apariencias: de los doce hijos que
tuvieron oficialmente (siete muertos al poco de nacer) se cree con fundamento que Francisco de Asís no es padre de ninguno de ellos; por algo era la Corte de los milagros.
Militares de variado rango -capitanes, coroneles, generales- nobles,
cantantes y hasta un composior, Arrieta, fueron alternándose en el favor
y subsiguiente paternidad de los hijos de Isabel II. Su séptimo hijo, bautizado como Alfonso Francisco de Asís Fernando Pío Juan María de la Concepción Gregorio Pelayo,
el futuro Alfonso XII, era, con bastante probabilidad, hijo del capitán
de ingenieros Enrique Puig Moltó; en aquella ocasión Isabel le preguntó
a su médico, Tomás del Corral, si la criatura sería varón o hembra, y
como éste acertó al predecir un varón, Isabel le nombró marqués del Real Acierto: campechanía borbónica.
Fernando VII (y también su padre, Carlos IV) habían puesto alto el listón en cuanto a incapacidad gobernante, especialmente dañina para un país en permanente recesión política y económica desde el siglo XVI, pero su hija, Isabel II, puso todo su empeño en perpetuar -y, en lo posible, mejorar- las ya reconocidas como habilidades borbónicas. A partir de ella, la dinastía Borbón acumularía varias expulsiones de España -tres o cuatro, según si contabilizamos personas expulsadas o expulsiones- y, como broche, una huída -previendo la expulsión- la de Juan Carlos I.
Finalizó, pues, Isabel II su reinado con la primera expulsión real (segunda, si contabilizamos la de su madre) tras la revolución de 1868 (La Gloriosa); afortunadamente estaba en San Sebastián veraneando y fué más corto el trayecto hasta Francia, donde recibió el amparo de Napoleón III (los Napoleón siempre tan atentos con los Borbón). En 1870 abdicó en favor de su hijo Alfonso, que en 1874 volvió a España como rey Alfonso XII fruto de una sublevación militar contra la I República española, a cargo del general Manuel Pavía, que entró al frente de la Guardia Civil en el Congreso de los Diputados, inaugurando así una tradición muy española. Con anterioridad a la República se había intentado la implantación de un verdadera monarquía constitucional bajo el reinado de Amadeo I de Saboya (1871-1873), experimento que fué saboteado por unos y otros y Prim, el general liberal valedor del intento, asesinado.
Alfonso XII había proclamado (manifiesto de Sandhurst) ser un príncipe católico, español, constitucionalista, liberal y deseoso de servir a la nación.
Parece que esos méritos autoatribuídos les parecieron suficientes a quienes integraban la facción
monárquico-militar-restauracionista para promover de nuevo a un Borbón de 16 años al trono de España. Durante su reinado se aprobó la nueva Constitución de 1876 (en que se basó el sistema político de La Restauración) y
durante ese mismo año finalizó la guerra carlista, dirigida por el
pretendiente que por entonces era Carlos VII (Carlos de Borbón y
Austria-Este), sobrino de Carlos VI, éste había acabado reconociendo a
Isabel II como reina legítima de España. Alfonso XII murió de
tuberculosis a los once años de reinado y 27 de edad; seguramente esa
brevedad vital le procuró el mérito de ser el único Borbón que no ha
finalizado sus días fuera de España desde Fernando VII.
La inesperada muerte del rey en 1885, provocó una crisis que llevó al
Gobierno presidido por Sagasta a paralizar el proceso de sucesión a la
Corona (Alfonso XII ya tenía dos hijas con su segunda esposa y dos hijos
extramatrimoniales con la contralto Elena Sanz) a la espera de que la
viuda del rey, María Cristina de Habsburgo-Lorena diese a luz, ya que se
encontraba embarazada en aquel momento. Cuando el 17 de
mayo de 1886 la reina regente dio a luz a un varón, bautizado como Alfonso León Fernando María Santiago Isidro Pascual Antón, fue reconocido de inmediato como rey, siendo un caso único en la
Historia.
Así pues, podría decirse que Alfonso XIII fué rey antes de nacer. Durante su reinado dió muestras de agotamiento el tramposo sistema político-caciquil conocido como La Restauración, impulsado originalmente por Cánovas (conservador) y Sagasta (liberal). Vino a dar la puntilla definitiva al sistema establecido el que el rey Alfonso XIII, fuera de los cauces constitucionales -en realidad, traicionando su juramento de lealtad a la Constitución- apoyara el golpe de Estado militar del general Primo de Rivera en 1923, siguiendo los ejemplos fascistas de la Europa de entreguerras. Su intromisión en cuestiones políticas -su manipulación de voluntades se acabó conociendo como borboneo- y militares que ocasionaron desastres en Marruecos y la corrupción subyacente coadyudaron al desprestigio de la monarquía. Los partidos republicanos establecieron un frente común frente al monarca mediante el Pacto de San Sebastián, y en 1931, las elecciones municipales ganadas por éstos en las capitales de provincia más importantes y representativas fué el desancadenante para la proclamación de la II República española. Desde el mismo instante de la expulsión de España de Alfonso XIII, la facción monárquica, aliada con el gran capital, comenzaron a maquinar contra una República legalmente constituída. En 1932 -sólo un año después- se produjo el primer intento de sublevación militar contra la República a cargo del general Sanjurjo.
Llegamos así a la Transición del 78, conocida para muchos, y a la actual monarquía. Pero eso ya no son antecedentes, si no consecuentes.