viernes, 21 de septiembre de 2018

Los límites de la corrupción

Cuando hablamos de corrupción -con base en la política, en los políticos- creo que todos tendemos a pensar que se trata de dinero, de mucho dinero, pero sólo de apropiarse de dinero por cualquier método, preferentemente ilegal. Pero está claro que para el delito, para los delicuentes, una vez traspasados los límites de lo legal es difícil que se sometan a otros basados en la propia moral, que suele ser lo primero que se saltan, casi sin pensar. Y es que conseguir apropiarse de lo ajeno -mejor si es en grandes cantidades, como ocurre con lo público-  lleva inventado ya mucho tiempo, y casi siempre va de la mano y auxiliado de cualquier procedimiento concurrente -evidentemente también ilegal o amoral, que son los más efectivos a esos efectos- necesario para conseguirlo y llegados aquí, efectivamente, desaparecen los límites: amenazas, extorsión, violencia moral, violencia física y, en último término, asesinato. 
No es ninguna exageración; últimamente han trascendido detalles (*) de esa corrupción y sus métodos en el nivel inferior de la Administración del Estado, los Ayuntamientos, pero no es ninguna novedad, a ese u otros niveles ¿quien no recuerda casos de relevantes figuras públicas desparecidas repentinamente,  fallecidas en extrañas circunstancias o, incluso, asesinadas sin que las razones del supuesto asesino quedaran nada claras? Que todos esos casos semejen guiones de películas de la mafia y comportamientos propios de mafiosos no es casualidad; son las características propias de una corrupción arraigada en lo esencial del cuerpo social;  Manuel Azaña ya advertía que debía ser uno de los principales puntos que la República debería adoptar como prioritario y esencial: la lucha contra una corrupción extensiva e infiltrada todos los estamentos dirigentes, que impiden que las políticas al servicio del bien público puedan concretarse realmente.
La corrupción -al igual que el capitalismo, con el que tampoco es casualidad que suela colaborar- y debido a su propia naturaleza no conoce límites; de no existir la capacidad de imponérselos -erradicarla supongo que debe ser imposible- se apodera del cuerpo social y parasita sus instituciones manteniéndolo aparentemente vivo, pero sólo en tanto sirva a sus intereses. Como un Alien. No querer verlo es consentirlo y colaborar con ella para, como mucho, posponer las inevitables consecuencias.
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(*)...y no nos engañemos, la dimisión del concejal de Torrelodones grabado en plena extorsión no significa que desde el PP se combata radicalmente la corrupción, sólo se ha castigado a un inhábil (con independencia de lo contemplado en el Artículo 423 del vigente Código Penal): en este país lo que realmente constituye delito no es propiamente delinquir, sino ser un torpe y que te pillen en ello.

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