Por eso, y desde la sencilla perspectiva de un socialista que trata,
equivocado o no, pues todo puede ser, de mantener con otros muchos una
corriente socialista y, por ende, de izquierdas en un partido ya
inequívocamente socialdemócrata y demasiadas veces populista, por su
organización, por la acción que desarrolla y por la filosofía que está
reconstruyendo, se hace preciso, con paciencia y con firmeza, sin
provocar y menos aún caer en las indudables provocaciones que han de
producirse, hacer acopio de entereza y, sin tirar la esponja ni hacer
concesiones, mantener enhiesta una bandera, alternativa o posición que
deje claramente señalado dónde está cada uno.
Hubiéramos celebrado poder corregir en franco diálogo nuestras
apreciaciones sobre la desorganización del partido y su policentrismo
burocrático, y hasta caciquil y corrompido en algunas zonas. Y, sobre
todo, nos hubiera gustado discutir un verdadero programa socioeconómico,
con qué fuerzas podría y debería hacerse, y comparar nuestras
posiciones con el esbozado proyecto de algunos técnicos del PSOE, del
que UCD es capaz de asumir más de su 90%. Y hacer esta discusión pública
no obligadamente para afiliados y congresistas, sino para toda la
sociedad española en su conjunto, abandonando esa práctica nada
afortunada de decir separadamente al capitalismo financiero, a la gran
empresa, a la pequeña y mediana empresa, al campesinado y a ciertas
potencias extranjeras lo que alguien cree que quieren oír en cada
momento, y que resulta, lógicamente, contradictorio según y a quién se
dirijan estos discursos electoreros.
Algunos vamos a hacerlo de todas formas, sin prisa ni pausa, en el
ejercicio del inalienable derecho de expresión, en todas cuantas
publicaciones nos sigan acogiendo, para volver a constatar que suelen
ser más receptivas para ello las que no están al servicio del aparato
del PSOE, y vamos a propiciar esas discusiones abiertas de toda la izquierda, sin restricción alguna,
con el inequívoco compromiso de aunar frente al sectarismo, de abrir
las puertas que otros cierran, de reunir frente a los que fraccionan y
separan, de recuperar para el socialismo tradicional de Pablo Iglesias y
para su acción al día de hoy a todos cuantos tienen algo que decir y
que hacer, y que están mudos por desilusión o proscritos porque a
algunos no les gusta oír más palabras que las de halago, más ruido que
el de los aplausos y más nombre que el suyo, como carismáticos
redentores de una pobre e inculta comunidad que nunca valora sus
sacrificios y que, por no saber ni poder hacer política, ha de dársele
hecha.
Socializar la política es hoy el más atrayente proyecto frente a la
privatización que los profesionales del puesto público de los muy
diferentes y coincidentes aparatos quieren ir consagrando y llamándolo sarcásticamente una democracia representativa.
Del artículo de Pablo Castellano sobre el PSOE, Socializar la política, publicado en El País el 4 de Octubre de 1981, un año antes de que el PSOE llegara al gobierno de España. (Recomiendo su lectura completa).
Pablo Castellano realizó campaña activa por el NO en el referéndum celebrado en España el 12 de Marzo de 1986 para el ingreso pleno de nuestro país en la OTAN (en contra de lo solicitado por el PSOE, partido en el que entonces militaba); en sus palabras: no fue tanto porque no entendiera que había que estar en la OTAN si se quería estar en la Unión Europea. Además nunca he sido un antiamericano feroz. Ahora, el engaño a la gente me producía… indignación. Aquello le costó una reprobación del partido; su expulsión del PSOE se produciría cuatro años después cuando el semanario El Independiente publica una grabación off the record de Raúl del Pozo, en la que el entonces también vocal del Poder Judicial, describía la corrupción en el interior del PSOE.
Pues sí, hace de todo ello treinta años, o más. Que si veinte años no es nada como dice Gardel en el tango Volver, treinta tampoco parecen gran cosa: ya puede éste país ver como pasan los siglos repitiendo nuestro particular día de la marmota, a base de corrupción y desprecio por el sufrido pueblo llano. Más doloroso si proviene de quien asegura representarlo.
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