Una vez conocidas las conversaciones del ministro del Interior en funciones, Jorge Fernández Díaz, con el director de la Oficina Antifraude de Cataluña (un cargo excelente para practicar desde él actividades fraudulentas), Daniel de Alfonso, de las que se deduce que ambos conspiraron para incriminar a miembros de partidos catalanistas (CDC y ERC), ¿cual ha sido la reacción del ministro?, efectivamente, ha solicitado al comisario general de Policía Judicial abrir una investigación para averiguar las circunstancias concurrentes en el caso, es decir, para conocer quien realizó y filtró la grabación de esas conversaciones y demás detalles adyacentes (cómo y porqué).
Es muy común -y nos vamos acostumbrado a considerarlo normal- el que en la actuación política el fondo sea la forma y, sobre todo, que la forma sea el fondo; así, el ministro no parece que vea necesario explicar su conducta -no ya alegal, sino claramente ilegal y causa de una inmediata dimisión o cese- pero sí le resulta necesario conocer como ha sido posible que su conducta haya acabado siendo de conocimiento público. Y, en todo caso, seguramente pocos conocerán tan bien las circunstancias concurrentes como el propio señor ministro ya que él mismo estuvo allí y sabe con quien se reunió; quiero decir que quizá sean ganas de marear la perdiz y distraer a la opinión pública el hecho de abrir una investigación al respecto.
A todo esto, aunque también el ministro ha intentado exculpar su conducta con un concluyente el presidente del Gobierno lo sabe, mucho me temo que tampoco ésta vez Mariano Rajoy reconozca saber algo del asunto, él no suele estar para los detalles. Y, además, parece que el ministro se refirió a él como a una tumba, y ya se sabe que las tumbas no hablan, salvo en el Don Juan de Zorrilla. Más tarde, Rajoy ha insistido en que desconoce el contenido de las conversaciones y que, por tanto, no es prudente opinar sobre cosas que no conozco. Que, si por eso fuera -sumando lo que dice desconocer a lo que realmente desconoce- Rajoy podría pasar por mudo o cartujo.
Por su parte, Daniel de Alfonso, no parece sentirse dispuesto a ejercer de mensajero o de chivo expiatorio, en sus palabras: comerme el marrón de ser el tío que graba una conversación con el
ministro no lo paso, no paso ni aunque me llenen con 10 litros de vino y
me emborrachen. No y no y no. Los expertos consultados argumentan, sin embargo, que hay diferentes ruidos de roce,
llegadas de mensaje o la cercanía y lejanía de las voces que indican a
que fue De Alfonso quien grabó con su teléfono, mientras el propio Daniel de Alfonso se defiende diciendo estoy convencido de que mi teléfono ha podido estar intervenido, porque cuatro veces he cambiado de móvil por sospechas e, ímplicitamente, hace recaer sospechas sobre la propia cúpula policial, ante la posibilidad de que haya sido ésta quien haya utilizado su teléfono para grabar las conversaciones con el
ministro. Este es el nivel. Tampoco ningún comentario por su parte, sobre la veracidad y el contenido de las conversaciones salvo que en las conversaciones se verá que jamás me he avenido a hacer nada que pueda contravenir ninguna norma.
Sigmund Freud consideraba la conducta conocida como matar al mensajero es un caso marginal de un tipo de defensa para enfrentar lo insoportable. Pero no enfrentar la realidad -y el fondo de ella- no suele ser más que una huída hacia delante y una posposición ficticia de lo inevitable.
Parece, además, que el angélico custodio del señor ministro del Interior, Marcelo, no dá abasto ante su hiperactividad. Ni él puede estar en todos los detalles de la apretada agenda del señor ministro, que tan pronto está conspirando como condecorando a la Virgen del Amor Hermoso. Que lo mismo también ha intentado eludir la realidad y descargar su conciencia equilibrando lo uno con lo otro.
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