Aunque creo que todos los países cuentan -sean muchos o pocos- con los naturales del mismo, para Rajoy tenemos una gran nación y, sobre todo tenemos algo que es muy importante, tenemos españoles; es difícil permanecer impasible ante una posesión de tal importancia -de vez en cuando nos redescubre que España está llena de españoles y no de canadienses, que digo yo que esto último sí tendría mérito- pero mucho me temo que eso sea todo lo que muchos españoles tienen: los unos a los otros; no sólo que haya millones que no tienen trabajo, -y de los que lo tienen, muchos no han dejado de ser pobres- sino que a toda una generación de jóvenes, los que por definición más futuro deberían tener, han visto frustradas sus expectativas de trabajo en su propio país y se han visto obligados a emigrar al extranjero, con lo cual hemos acabando teniendo menos españoles, y de los mejor preparados, precisamente. No todo ello, claro está, es mérito del señor presidente del gobierno, pero sus políticas no han contribuído a paliar las consecuencias del enésimo ajuste de un capitalismo salvaje y global, antes bien todo lo contrario, han contribuído a crear un desolador paisaje humano: los españoles pobres aumentan incluso cuando la economía de España crece.
Pero la base de las promesas electorales del señor Rajoy es, simplemente, más de lo mismo que ya ha demostrado su ineficacia e ineficiencia a los efectos que dice perseguir, y ha subrayado que España tiene unas posibilidades enormes -aunque claramente son dudosas y precarias las posibilidades de los españoles de la España que él pueda legar- y que sólo hay que perseverar en las políticas desarrolladas en los últimos dos años. Cualquier cosa que diga no hará sino confirmar la insondable inteligencia emocional de alguien que es capaz de emocionarse en un campo de alcachofas. Aunque sean de Tudela.
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