Es muy probable que no todas las conversaciones que cualquiera de nosotros pueda haber mantenido a lo largo de la vida sean merecedoras de ser puestas como ejemplo de ética, pero creo que es exigible a cualquier cargo público ese plus de honestidad, de transparencia, de honradez, en el ejercicio de ese cargo, dado que no sólo responte ante sí mismo o los suyos, sino ante el conjunto de la sociedad que lo eligió para él. No lo entiende así Daniel de Alfonso que, según lo que puede deducirse de las entrevistas (una hipótesis plausible
es que él mismo grabara las conversaciones por seguridad propia, pero
que esas grabaciones hayan acabado en otras manos y se hayan publicado sin su consentimiento, lo que explicaría su actitud patética en ellas) que mantuvo con el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, utilizaba su cargo antifraude para recolectar información al respecto, pero eligiendo a su jefe, a aquél a quien reportarla, -yo estoy a sus órdenes, ministro; considérame un cabo de tu Cuerpo Nacional- antes que al Parlamento catalán del que teóricamente depende la Oficina Antifraude de Cataluña; cuando Daniel de Alfonso, ha comparecido ante a los diputados del Parlamento de Cataluña, no ha tenido inconveniente en manifestarles con toda claridad: No sean hipócritas, me reúno con todos ustedes y eso no es negligente, que suena muy parecido a la misma canción amenazante que entonó en idéntico escenario Jordi Pujol, cuando mencionó aquello de segar una rama del árbol. Quiero decir que es muy probable -él, desde luego, alardea de ello- que el jefe de la Oficina Antifraude haya utilizado su tiempo en el cargo para elaborar suficientes dossieres de asuntos inconfesables de todos los partidos presentes en el Parlamento de los que haya podido obtener información comprometedora. Y que luego haya pretendido vender esa información al mejor postor. No sólo eso, en la misma comparecencia, también
acusó de delinquir, aduciendo la ilegalidad de las grabaciones, y de comportamientos mafiosos -lo dice un aparente experto en el tema- a los medios de comunicación que han revelado las grabaciones que nos han permitido oler lo que algunas de las cloacas gubernamentales transportan. Parece que Daniel de Alfonso no quiere, evidentemente, pasar por mensajero muerto y recomienda que asuman ese papel los que publicaron la información sobre las conversaciones, en cuya postura coincide con casi todos los que pretender colocar rápidamente la tapa de la cloaca de nuevo en su sitio pero que a la vez y de forma totalmente previsible, mantienen un estentóreo silencio sobre el fondo del asunto: la fuente del olor. Aunque hay olores que se quedan para siempre en el cerebro, por poco que nos lleguen a la nariz: el de la putrefacción es uno de ellos. Y por más que últimamente nos esté llegando a diario, no hay forma de acostumbrase: siempre resulta repugnante.
No me extraña que en en la Audiencia Provincial de Barcelona estén encogidos ante la posibilidad de que Daniel de Alfonso regrese a su puesto de magistrado de la Sala de lo Penal, tras su posible cese como jefe de la Oficina Antifraude de Cataluña. Y no sólo en la Audiencia.
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