Ahora que Albert Rivera ha dejado de jugar con la careta de Suárez, Pedro Sánchez la ha recogido, se la ha puesto, y poseído por ella, ha comenzado a prometer, que dice que puede.
Suárez, al que siempre habrá de reconocérsele que tuvo que lidiar con circunstancias muy difíciles para trasladar al país desde una dictadura a algo semejante a una democracia, y recordado -entre otras cosas- por aquél puedo prometer y prometo, fué el primero pero también el último de los presidentes de gobiernos que sinceramente procuró cumplir sus promesas. Tras de él, comenzando por su sucesor, Felipe González y finalizando en Mariano Rajoy, todos prometieron y ninguno cumplió promesas esenciales, como si ello fuera una consecuencia inevitable de la realidad y lo más natural del mundo.
Para los que pasamos de los sesenta años de edad -no sé si los más jóvenes recordarán la frase de Suárez- resulta, además, patético, ver a todo un secretario general del PSOE imitando la oratoria del centrismo de hace cuarenta años; dentro de poco le vemos imitando a los floridos Lerroux o Alcalá-Zamora de la época de la República (con anterioridad al centrismo de Suárez sólo hay cuarenta años de túnel).
Si ésto es todo lo que puede ofrecer el PSOE como alternativa de gobierno y programa para la necesaria regeneración política, apaga y vámonos.
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