Incluso con mayorías absolutas existen consecuencias a la acción de arrodillar -pasar el rodillo, quiero decir- al resto de fuerzas políticas: nada es gratis. El PP, al que las pasadas elecciones generales concedieron
-en función de nuestra vigente Ley electoral- una de esas mayorías sin
contrapeso, siente ahora una soledad tambien absoluta -apenas paliada
por el posibilismo político de Ciudadanos- y pretende volver a fórmulas
que le resultaran más favorables en el reparto del poder político, como
pueda ser la elección en función de la lista más votada. Tarde para eso. Hace tres años podía haberse aplicado el señor Rajoy el consejo de Mark Twain: cada vez que se encuentre usted del lado de la mayoría, es tiempo de
hacer una pausa y reflexionar, pero, en lugar de ello, llevó a cabo
políticas que no han favorecido ni siquiera a quienes lo votaron -antes
bien a selectas y elitistas minorías- y han causado, además, un fuerte
aumento de la desigualdad social y la creación de grandes bolsas de
pobreza y miseria inimaginables en un país que se dice del primer mundo. Y ya dijo alguien que si todo poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente.
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