Existen estudios a nivel mundial que indican que sólo al 13% de los empleados les gusta ir a trabajar o están comprometidos con la labor desarrollada en su puesto de trabajo. Otros estudios indican que sólo el 9% acaba trabajando en lo que soñó cuando era niño y los más optimistas indican que el 21% acaba trabajando en algo relacionado con lo que siempre soñó. Estos porcentajes varían, lógicamente, según el país, pero son un indicativo claro de que a la mayoría de los trabajadores por cuenta ajena no les satisface aquello en lo que trabajan por variados motivos: no existe trabajo para aquello para lo que se formaron, el trabajo les parece rutinario o poco creativo, detestan a sus jefes y/o a sus compañeros, está mal remunerado y/o reconocido pese a sus dificultades, se sienten postergados por compañeros de inferior capacidad o valía...no faltan los motivos; lo que no impide que sea su obligación asistir diariamente al trabajo, si tienen la suerte de tener trabajo en lo que sea.
Los representantes públicos elegidos en las urnas en las pasada elecciones generales por ésta mayoría de ciudadanos que trabaja -o que le gustaría trabajar, aún en las condiciones mencionadas- resulta que trancurrido un mes desde las elecciones, no han sido capaces -y según parece se lo están pensando- de traducir sus escaños a un gobierno efectivo que atienda las necesidades urgentes de gran parte de la población, y ello debido a motivos puramente partidarios -o sea, parciales o particulares- e incluso por motivos personales; al parecer necesitan meses para resolver lo que a los demás se nos exige a diario y con obligación de resolución instantánea, de hoy para mañana, nos guste o no. ¿No es ese otro privilegio más de la clase política?
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