Alguien vendrá que bueno me hará: ¡lo que es la sabiduría popular!. Y es que me tiemblan las carnes -y las meninges- cada vez que pienso en la posibilidad de Pedro Sánchez como presidente del gobierno a pesar de que su predecesor, Mariano Rajoy, sea alguien tan radicalmente olvidable. Y retrotrayéndome algo más pienso en el demócrata social -así se adjetivó él mismo, en ese orden- Zapatero y en sus talantes buenistas y algo bobos, y antes fué Aznar y su aznarato, en cuyos gobiernos figuraban personajes que hoy visitan con asiduidad juzgados y cárceles, siendo así que logró llegar al gobierno diciendo ser el azote de la corrupción. Y antes los catorce años de felipismo, que aunque entonces nos tenía a medio camino entre embobados y anestesiados -por consiguiente- hoy a Felipe González le vemos tontunas y manías de auténtico abuelo Cebolleta y tics -y tacs- de capitalista vocacional y pienso que en sus manos estuvimos bastantes años después de la entrada en la OTAN y de la huelga general del 14-D, desencantos tan tempranos como de 1984 y 1988.
O sea, que la frase inicial bien la pudo haber pronunciado Adolfo Suárez -del que todos ahora se declaran hijos, como le ocurre a Azaña- y eso que en su tiempo lo más suave que le llamaron fué tahúr del Misisipi, que también me acuerdo de quien se lo llamaba. Al menos él podía prometer, prometía, y si podía, cumplía; todos sus sucesores lo último lo olvidaron. O pudieron bastante poco.
Dicen que la política es el arte de lo posible; considerando nuestra historia reciente yo diría que, más bien, es el arte de lo probable -que es un subconjunto de lo posible- y que, en realidad, tampoco necesita de mucho arte.
Dicen que la política es el arte de lo posible; considerando nuestra historia reciente yo diría que, más bien, es el arte de lo probable -que es un subconjunto de lo posible- y que, en realidad, tampoco necesita de mucho arte.
Bien por Luis
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