jueves, 26 de agosto de 2021

Nuboso

Antes -que no hace tanto- estar en las nubes significaba estar más o menos desconectado de la realidad; ahora no  estar en la nube significa casi lo mismo: no existir. Sí claro, antes era en plural -se vé que cada uno tenía potestad para elegir su propia nube o para cambiar de nube cuando le pareciera bien- y ahora es casi la misma nube para todos: ésto de unificar todas las nubes en una muchos aseguran que es una ventaja, por aquello de la interconexión en vivo y en directo al cuerpo social; y, además, por la inmediatez de acceso al conocimiento universal. 

Como suele ser habitual, no todo son ventajas. En primer lugar, la nube no fué ideada originalmente para beneficiar al individuo permitiendo que maneje datos e información -eso es sólo un incentivo necesario y derivada inexcusable- si no para beneficiar a organizaciones y empresas para un conocimiento y control lo más exactos posible de cada individuo, precisamente; no hay más que buscar -sí, en la nube- información sobre los beneficios de la nube para encontrarnos  con que las entradas más relevantes se refieren todas  a empresas multinacionales y multimillonarias dedicadas al manejo de información porque eso es, evidentemente, negocio; sin exagerar puede decirse que es el negocio. Porque, resulta ser que la nube es un intangible que  se sirve de las redes de comunicación -específicamente de Internet, otro intangible- para almacenar y acceder a una ingente cantidad de datos. ¿Y donde reside ese almacén?, pues ahí está una de las claves del invento: distribuída en las mismas redes y desde luego, en forma que la mayoría de nosotros desconozca su posible ubicación; resumiendo: en la nube reside información que se refiere a nosotros o que nosostros mismos hemos generado pero a la que tenemos acceso condicionado y, desde luego, no único. Y ese cúmulo de datos sirve de base de información para el negocio de unos pocos que traducen en dividendos sólo para sí mismos. Esto en segundo lugar.

Vamos, que tampoco era tan malo cuando había nubes, en plural. O, alternativamente, se podía estar en Babia. Ambas, posibilidades mucho más relajantes  que el ajetreo concurrente propio de la nube.


lunes, 23 de agosto de 2021

Realpolitik a la española

Si lo he entendido bien, la realpolitik según Pedro Sánchez, pasa por ubicar en ciertos ministerios clave de su gobierno a figuras que cuenten con el beneplácito  de la derecha: así Fernando Grande-Marlaska en Interior, Margarita Robles en Defensa, José Luis Escrivá en Seguridad Social ó Nadia Calviño en Economía, por ejemplo (que hay otros, he mencionado sólo a los más evidentes); es decir, que siendo el secretario general de un partido, el PSOE, que alternativamente mira a la izquierda o, directamente, es la izquierda, dispone de ministros capaces de desarrollar políticas de derecha con eficacia (que fueran simultáneamente eficientes ya sería pedir demasiado), lo cual tiene el efecto indudable  de aminorar hasta casi desactivar la contestación de los partidos de la derecha, a los cuales sólo deja margen para ponerse en ridículo -tampoco hay que esforzarse mucho para ello- por lo desaforado e improcedente de sus críticas al gobierno; desde ese punto de vista la estrategia funciona; el único inconveniente es que ello implica que un gobierno supuestamente de izquierdas implementa realmente y de forma habitual políticas de derechas.

Simultáneamente, y como complemento de esa estrategia, el presidente del gobierno mantiene una perpetua labor de cerco y achicamento del espacio político de la verdadera izquierda, UP (socios de gobierno, a su pesar), contrapesando de inmediato cualquier medida de contenido social que se lleve a cabo por éstos con contramedidas ordenadas desde un ministerio espejo (del grupo de los mencionados al principio), encargado de esa tarea secante; como diciendo a la derecha (y al Ibex35): hasta ahí les dejo, que veáis. El prototipo de esta estrategia lo constituye el enfrentamiento protagonizado por  Yolanda Díaz al frente del Ministerio de Trabajo al que se encarga de dar la réplica casi de forma instantánea el ministro de Seguridad Social, Jose Luis Escrivá, (alternativamente, Nadia Calviño, desde el Ministerio de Economía) que también tiene que estar atento a controlar lo que se haga desde el Ministerio de Igualdad cuya titular es Irene Montero, también de UP, ya que el ministro de Seguridad Social también lo es de Inclusión y Migraciones (novedosa amalgama, que se entiende mejor por lo antedicho). No sé porqué, ésto me recuerda a la lengua inglesa, que tiene muchas palabras duplicadas: una de origen sajón y otra de origen normando.

Aunque, bien mirado, esa realpolitik de Pedro Sánchez no es ninguna novedad: viene a ser la adaptación circunstancial de las esencias del bipartidismo que instauró la Transición del 78, a la pureza de las cuales el PSOE no puede disimular que le gustaría regresar de inmediato. Creo que no va a poder ser: ya está bien que un sistema político aguante más de cuarenta años sin renovarse (o sustituírse); la Primera Restauración duró aproximadamente lo mismo.

miércoles, 18 de agosto de 2021

El suicida

El atronador instante se diluyó instantáneamente en la angustia, que sentía extensa y eterna, como una gota de agua en el mar. Tal era su desesperación y su rabia que ni lo oyó; pero ese instante descompuso todo el andamiaje de su vida y el final llegó para eliminar radicalmente todos los enigmas pendientes. Sin embargo, los segundos anteriores resultaron eternos; al menos lo suficientemente largos como para que cupieran en ellos, una tras otra, todas las causas de una decisión que las convertiría en pasado permanente; seguramente todo se resumiría en un breve movimiento del dedo índice sobre el gatillo. Como un fulgor tenebroso, la vida, toda su vida, se agitaba en imágenes aparentemente inconexas, nebulosa y vívida, cacófona y nítida, oscura y deslumbrante; retazos de vida flotando en el incandescente magma de la incertidumbre. Acabemos, fué lo último que pensó mientras todo se fundía en negro y se instalaba en él un silencio absoluto. Por fin.

martes, 10 de agosto de 2021

Eutanasia

Si nos dieran a elegir entre ser famosos o continuar vivos, la mayoría de nosotros optaría por lo segundo; así pues lo de  Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver (frase erroneamente atribuida a James Dean y que, en realidad, la dice Humphrey Bogart en Llamad a cualquier puerta) es para una minoría que se bebe la vida a tragos largos, como un compañero que tuve, al cual un cubata le duraba dos acometidas.

Porque de la muerte, que nos acompaña desde el nacimiento en paciente espera, es tema del que no se suele hablar -y ni siquiera pensar-  si no es por obligación, o sea, viéndola próxima en uno mismo o en el entorno personal. Para algunos -ignoro cuantos- es costumbre antigua,  como yo mismo, que de pequeño ya pensaba abundantemente en la muerte; no en la mía específicamente -que también- si no en general; y más que en la muerte, en el dolor producido en el ser humano por una enfermedad larga, penosa y de finalidad relativamente pronta y absolutamente indudable. Recuerdo que en una ocasión le dije a una tía que en caso de sufrir un accidente que me produjera una invalidez limitante prefería que acabaran con mi vida (seguramente por entonces estaría leyendo de las costumbres de la Roma clásica: al parecer, un romano que se preciara  prefería la muerte antes que la prisión, la esclavitud o la invalidez); mi tía me dijo que yo no tenía edad para pensar en esas cosas; le hice caso a medias: a partir de entonces no comuniqué a nadie tales reflexiones, al parecer prematuras, porque, ya se sabe, nadie puede evitar pensar (y el país de entonces propiciaba tener mucha vida interior, manteniendo mudas tales reflexiones). A partir de entonces -y más en ese período seudoromántico que suele ser la adolescencia- mis pensamientos a ese respecto coinciden, más o menos, con lo que dejó escrito Hermann Hesse: Anhelo ardientemente la muerte, pero no tengo ningún deseo prematuro e inmaduro, y pese a todos mis deseos de madurez y sabiduría sigo todavía honda y sangrantemente enamorado de la dulce y divertida estupidez de la vida.

Por eso, también desde entonces, considero natural y legítimo en todo ser humano el derecho a decidir si desea continuar viviendo, derecho reafirmado por el de evitar un sufrimiento innecesario en sí mismo. Y todos deberíamos apoyar como esencialmente humano el deseo de evitar igualmente el sufrimiento de nuestros semejantes; si lo deseamos para nuestros animales de compañía, ¿no debemos desearlo para cualquier ser humano?; nadie puede arrogarse el derecho de imponer sufrimiento a los demás, en ninguna circunstancia. El derecho a la vida -que pocos discuten- es esencialmente el mismo que el derecho a la muerte.

Que alguien se oponga a una Ley de Eutanasia fundamentalmente por motivos religiosos me reafirma en mi creencia en que la religión es un artificio de poder destinado a manejar la voluntad de los vivos en función de una autoproclamada mediación e interpretación de una supuesta divinidad y como valedores ante un también supuesto más allá. Y si tratamos de religión, ya lo dijo Sartre: el infierno son los otros y antes que él los cátaros, que afirmaban que el infierno, de existir, está en este mundo.

miércoles, 4 de agosto de 2021

Como un corcho

Se me ocurre que un buen símil o metáfora de la vida -la mía, sí, pero supongo que también la de algunos más; casi todos, en realidad- sería el de un corcho arrastrado por una corriente de agua: el corcho mantiene un sólo grado de libertad en vertical, ésto es, flotando -o sea, manteniéndome vivo- pero el rumbo y la velocidad de desplazamiento viene marcado por la corriente; te ves próximo por un tiempo a otros corchos que viajan igualmente, pero luego alguno se engancha en retamas de la ribera y se detiene por tiempo indefinido, a otros la corriente les acelera y avanzan a mayor velocidad o cambian de dirección bruscamente: en ambos casos son corchos que se pierden -temporal o permanentemente- de vista, siguiendo igualmente la azarosa voluntad del agua que, a su vez, responde a la ley de la gravedad. Hay que tener en cuenta que el corcho, no sé si lo podríamos denominar material noble, pero sí es ligero, impermeable, químicamente inerte, resistente a la corrosión biológica, aislante térmico y acústico, resistente al fuego y elástico, cualidades todas ellas apreciables para lograr una durabilidad razonable y continuar flotando lo que dure el viaje de la vida.

Fantaseando y perfeccionando el símil discurría que, dentro de ser corcho, fuera tapón de botella de un vino bueno -desconfío siempre de los vinos con tapón de rosca o plástico seudocorcho- pero tampoco extraordinario, posiblemente cava pero no champán del caro;  todo ello significaría ser aglomerado de corteza de alcornoque, sí, pero con un propósito humano, social. Esto no me cuadraba con el azar intrínseco de la corriente de agua a nivel local (no así a nivel general; lamentablemente no vemos la corriente que nos transporta desde las alturas): está claro que no conviene estirar las metáforas más allá de sus fáciles límites naturales, salvo que se quiera dedicar tiempo a intentar encontrar una justificación que finalmente encaje (que suele ser bastante trabajoso y finalmente con un resultado de artificialidad evidente).

En esas estaba, transportado a golpes variables  de la corriente, ora violentos que incluso me hacían saltar fuera del agua, ora pausados y erráticos, cuando comencé a vislumbrar una desembocadura y a percibir ráfagas de olor a mar. Me desperté en la oscuridad más absoluta y apacible.

Navegadores antigos tinham uma frase gloriosa: Navegar é preciso; viver não é preciso (Fernando Pessoa)

domingo, 1 de agosto de 2021

Tirano, prisionero o traidor

...esas son las tres alternativas para el hombre en el mundo según Pushkin; más radical  lo proponía Rabindranath Tagore, reduciendo a dos las categorías: Agradezco no ser una de las ruedas del poder, sino una de las criaturas que son aplastadas por ellas; Kafka, por el contrario, oscureciendo un grado más  las sombras que, de por sí, envuelven al traidor proponía añadir una cuarta categoría a las de Pushkin: la del no-hombre, el hombre sin identidad,  categoría que constituye quizá un superconjunto en el que podrían incluirse los traidores, pero que, fundamentalmente, está constituída por todos los derrotados: los muy pobres, los locos, los drogodependientes, los sometidos a miedos paralizantes, los que se encuentran en perpetua huída... su enumeración y clasificación desbordaría cualquier taxonomía al estilo de una supuesta enciclopedia china titulada Emporio Celestial de los conocimientos benévolos, que Borges menciona en el Idioma analítico de John Wilkins

El capitalismo, por su parte, recurre a una división de los seres humanos parecida a la de Pushkin: amos, lacayos y esclavos -o propietarios, capataces y trabajadores, en lenguaje quizá algo más actual- realmente es la misma que la establecida por Pushkin si asimilamos tiranos a amos, traidores a lacayos y prisioneros a trabajadores.

Volvamos, después de tan errática digresión a la elementalidad de Pushkin, sabiendo de antemano -cómo no-  que se trata sólo de elegir la que nos parezca menos mala -o más soportable para uno mismo- porque buena no hay ninguna; una vez elegida una alternativa resulta inútil perder tiempo en priorizar las otras dos, en saber que habríamos elegido en segundo o en último lugar. 

Pero que nadie quede pesaroso -ni tampoco alegre- pensando en la que cree que ha sido su elección, en realidad todos los humanos tenemos algo de tirano, de prisionero y de traidor y el porcentaje de cada uno de ellos en nosostros varía según las circunstancias; esto es la vida. Y al final, efectivamente, todos acabamos derrotados.